Maestras de vida: Rosa Parks

Ana Cantalapiedra. alandar.org

La larga estirpe de mujeres transgresoras, tan invisibilizada, es una historia de resistencia y resiliencia, a menudo surgida de gestos pequeños. Son maestras de vida porque son transgresoras. Rosa Parks representa la fuerza del NO.

Me llamo Rosa Louise McCauley Parks, nací el 4 de febrero de 1913 en Tuskegee (Taskigui), Alabama, Estados Unidos. Mi padre, James McCauley, era carpintero y mi madre, Leona Edwards, maestra. Tengo ascendencia africana, nativo americana, escocesa e irlandesa. Mis abuelos, con los que conviví cuando era niña, fueron esclavos. Cuando mis padres se separaron, me mudé con mi madre a la granja de mis abuelos. Allí nació mi hermano menor Sylvester. Asistí a escuelas rurales hasta los once años. Antes de eso, mi madre me enseñó «mucho sobre costura». Cursé estudios en la escuela industrial de Montgomery de 1925 a 1928 y en el colegio para maestros en Alabama, pero abandoné los estudios para cuidar a mi abuela y más tarde a mi madre, cuando enfermaron.

A principios del siglo XX se impuso la segregación racial en las instalaciones públicas y tiendas minoristas del sur, incluido el transporte público. Las empresas de autobuses y trenes impusieron políticas de asientos con secciones separadas para negros y blancos. El transporte en autobús escolar no estaba disponible para los alumnos negros en el Sur y su educación siempre estuvo insuficientemente financiada. Esto me recordó, cuando iba a la escuela primaria, que los autobuses escolares llevaban a los estudiantes blancos a su nueva escuela y los estudiantes negros teníamos que caminar hasta la nuestra:

“Veía pasar el autobús todos los días… pero para mí, esa era una forma de vida; no nos quedó más remedio que aceptar la costumbre. El autobús fue una de las primeras formas en que me di cuenta de que había un mundo negro y un mundo blanco”. 

En 1932 me casé con Raymond Parks, un barbero de Montgomery y miembro de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP), que en ese momento estaba recaudando dinero para apoyar la defensa de los Scottsboro Boys, nueve jóvenes negros, de entre doce y diecinueve años que habían sido falsamente acusados ​​de violar a dos mujeres blancas. Y, excepto el más joven, fueron finalmente condenados a muerte. No tuvimos hijos. Acepté muchos y diferentes trabajos: empleada doméstica, ayudante de hospital… Mi marido me animó a terminar mis estudios de secundaria en 1933, en un momento en que menos del 7% de los afroamericanos tenían un diploma de escuela secundaria. En diciembre de 1943, participé activamente en el movimiento de derechos civiles, me uní al capítulo de Montgomery de la NAACP y fui elegida secretaria. «Yo era la única mujer allí, necesitaban una secretaria y yo era demasiado tímida para decir que no”. Trabajamos en campañas masivas de registro de votantes, luchamos contra las injusticias en el sistema legal penal y nos organizamos para la eliminación de la segregación en escuelas y autobuses.

El autobús fue una de las primeras formas en que me di cuenta de que había un mundo negro y un mundo blanco

En 1944, en mi calidad de secretaria, investigué la violación en grupo de Recy Taylor, una mujer negra de Alabama de veinticuatro años, que fue secuestrada y violada en grupo por seis hombres blancos en Alabama en 1944. Con otros activistas de derechos civiles organizamos el «Comité por la igualdad de justicia para la Sra. Recy Taylor», lanzando lo que el Chicago Defender llamó «la campaña más fuerte por la igualdad de justicia jamás vista en una década«. Continué mi trabajo como activista ayudando a organizar protestas en apoyo de Gertrude Perkins, una mujer negra que fue violada cinco años después por dos policías blancos de Montgomery,.En aquellos años se hallaban vigentes las leyes Jim Crow, herederas de la esclavitud del siglo XIX, dictadas para que los afroamericanos se mantuvieran en situación de marginación social. Los negros no podíamos compartir con los blancos los espacios públicos. La segregación sumía a la población negra en una constante humillación. Restaurantes, escuelas, cines e incluso lavabos, lucían carteles de ‘negros no’ o imponían la separación entre ambas razas.

En Montgomery regía una ley que obligaba a los negros a dejar sus asientos a los blancos cuando no quedaran más sitios disponibles. Las primeras cuatro filas de asientos de cada autobús estaban reservadas para los blancos. Los autobuses tenían secciones «de color» para los negros, generalmente en la parte trasera del autobús, aunque los negros constituíamos más del 75% del número de pasajeros. Los negros podíamos sentarnos en las filas del medio hasta que se llenara la sección de blancos. Si más blancos necesitaban asientos, los negros debíamos trasladarnos a los asientos traseros, ponernos de pie o, si no había espacio, abandonar el autobús. Durante años, la comunidad negra nos habíamos quejado de que la situación era injusta.

Un día de 1943, subí a un autobús y pagué el billete. Luego me senté, pero el conductor James F. Blake me dijo que siguiera las reglas de la ciudad y entrara nuevamente al autobús por la puerta trasera. Cuando salí del vehículo, Blake se fue sin mí y tuve que esperar al siguiente autobús bajo la lluvia. El 1 de diciembre de 1955, volvía de mi trabajo como costurera en unos grandes almacenes y me senté en una de las filas para la gente negra en un autobús de la ciudad de Montgomery (Alabama). El conductor del autobús era James F. Blake, el mismo hombre, que me había dejado bajo la lluvia en 1943. Tras subir varias personas blancas al autobús, el conductor exigió que cuatro negros cediéramos nuestros asientos para que los pasajeros blancos pudieran sentarse. «Cuando ese conductor blanco dio un paso atrás hacia nosotros, cuando hizo un gesto con la mano y nos ordenó levantarnos de nuestros asientos, sentí que una determinación cubría mi cuerpo como una colcha sobre una noche de invierno. Varios hombres negros cedieron sus sitios, pero yo me negué a levantarme. Blake dijo: «¿Por qué no te levantas?» Respondí: «Estoy cansada de ser tratada como una ciudadana de segunda clase«. Entonces Blake llamó a la policía para arrestarme. Estos me preguntaron por qué no me había movido, yo respondí que: «No pensé que tuviera que hacerlo. Pagué mi billete como cualquier otro«. Mi “no” transformó a toda una nación. Fui juzgada por cargos de alteración del orden público y violación de una ordenanza local. El juicio duró 30 minutos. Después de ser declarada culpable, fui multada con 10 dólares, más 4 dólares en costas judiciales y tuve que pasar una noche en prisión. Apelé mi condena y cuestioné formalmente la legalidad de la segregación racial. Esta situación provocó un boicot en los autobuses de la ciudad. Esta manifestación fue encabezada por Martin Luther King, Jr.

Solo quiero que se me recuerde como una persona que quería ser libre

El día del juicio, el 5 de diciembre de 1955, el Consejo Político de Mujeres (WPC) distribuyó 35.000 folletos. El prospecto decía: Estamos… pidiendo a todos los negros que no tomen los autobuses el lunes en protesta por el arresto y el juicio… Pueden darse el lujo de quedarse sin ir a la escuela por un día. Si trabaja, tome un taxi o camine. Pero por favor, niños y mayores, no monten en ningún autobús el lunes. Por favor, manténganse alejados de los autobuses el lunes. El boicot duró 381 días. Esto provocó que los negocios de los blancos y que el sistema de transporte público colapsara. Posteriormente, junto con varios activistas más, nos encargamos de entablar un recurso judicial contra la segregación y fue en el año 1956 cuando un tribunal federal se encargó de declarar la inconstitucionalidad de la segregación en el transporte público.

Semanas después de mi arresto, me convertí en un icono del Movimiento de Derechos Civiles, pero como resultado sufrí dificultades. Debido a las sanciones económicas aplicadas contra los activistas, perdí mi trabajo en los grandes almacenes. aunque la empresa dijo que no era por el boicot. Mi marido perdió su trabajo como barbero en la Base de la Fuerza Aérea Maxwell después de que su jefe le prohibiera hablar sobre mí y sobre el boicot en el lugar de trabajo. Durante el boicot recibí llamadas telefónicas amenazadoras y amenazas de muerte.

En 1957 dejé Montgomery con mi esposo y su madre, principalmente porque no pudimos encontrar trabajo. Y nos mudamos a Detroit. En esta ciudad mi activismo se centró sobre todo en   el movimiento por la vivienda abierta y justa y otras cuestiones relacionadas con la mejora de la comunidad negra. Tambiénparticipé activamente en el movimiento Black Power y apoyando a presos políticos en Estados Unidos. Gracias a estas luchas por la igualdad, por el respeto y por la justicia para todos, los habitantes de etnia negra logramos adquirir poco a poco más derechos y logramos que los blancos nos respetaran más. A pesar de mi fama y mis constantes conferencias, no fui nunca una mujer rica pues doné la mayor parte del dinero que tenía a las organizaciones en defensa de derechos civiles de los afroamericanos. Mis últimos años los pasé en Detroit, Míchigan, convencida y agradecida de que: «Dios siempre me ha dado la fuerza para decir lo que está bien… Yo tenía la fuerza de Dios y de mis antepasados conmigo». «Solo quiero que se me recuerde como una persona que quería ser libre».

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