Mujeres cristianas de los siglos IV y V, fundadoras de algunas de las primeras comunidades femeninas, para que su sabiduría se hiciera accesible a un público más amplio. Parece que pudieron llegar a ser unas 20.000.
Amma = «madre espiritual»
Amma, término utilizado para designar a una “madre espiritual”, es el equivalente de abba, nombre que se da al “padre espiritual”. Amma, dice Mary Forman, «se refiere a la capacidad de convertirse en guía espiritual de otras personas y no está explícitamente asociado al rol de las abadesas o superioras.»
Aún cuando la vida de estas madres del desierto ha sido descubierta hace poco, sus biografías y sus historias son un tesoro de sabiduría que revela el rol fundamental que desempeñaron en la fundación del monacato. Sus nombres son María de Egipto, Sara, Teodora, Sincletica, Melania, María hermana de Pacomio, Marcela, Macrina hermana de Gregorio de Nisa, entre muchas otras. Mujeres sabias, portadoras del Espíritu y estudiosas de la Escritura, las ammas del desierto pusieron sus virtudes y sus dones al servicio de los demás. Enamoradas de Dios, del desierto y de la oración, fueron auténticas guías espirituales para todas las personas, hombres y mujeres, que las necesitaban.
Esta es una herencia para todas las mujeres de hoy, una herencia que debemos conservar porque es parte de nuestra historia además de un estímulo para el futuro. (Nuria Calduch-Benages)
Las Madres vivían en el desierto, una vida ascética y dura, hace muchos siglos. Demostraron que la contemplación y la vida espiritual y ascética, no es sólo patrimonio de los hombres y que nosotras, las mujeres, tenemos una especial y fina sensibilidad para captar las resonancias del Amor.
Aquellas mujeres, superando todas las barreras y obstáculos, saltaron sin miedo al mundo desconocido del desierto para mejor buscar a Dios. El desierto es lugar de la revelación de Dios pues es ahí donde se escucha a Dios que habla al corazón: “la llevaré al desierto y le hablaré al corazón”[2]; aunque se necesita alcanzar la pureza de corazón para que se dé el Encuentro: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”[3]
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Ellas que practican la ascesis, llegan a la experiencia de la suavidad de Dios. El libro del Cantar de los Cantares es la expresión de un deseo y de una posesión; es un canto de amor que se escucha poniendo en ello todo el ser, cantándolo uno mismo. Sostiene y acompaña los progresos de la fe de gracia en gracia, de la vocación, hasta la entrada en la vida feliz de la bienaventuranza celeste. Existen las luchas cotidianas, la misma ascesis, más también la alegría de esperar los bienes prometidos, las recompensas futuras, otras tantas palabras que dicen: Dios. Porque el Señor está en el punto de partida, en todas las etapas del camino y en el final porque Él mismo es el Fin.
Enseñanza que nos proporcionan más vivida que escrita (aunque también escrita en muchas ocasiones, pero que son avaladas por la vida), tendente a la unión con Dios aquí abajo, en el Cielo más tarde.
Vamos a adentrarnos en estas soledades tan llenas de la Presencia de Dios y que las vidas de estas solitarias ascetas sean un aldabonazo en nuestras, muchas veces dormidas, conciencias.
El alma de la mujer posee una intuición y una ternura que hace descubrir el Rostro más verdadero de Dios, los latidos más profundos de Su Corazón; ella, como nadie, se acerca Las fuentes del monacato son un estímulo para redescubrir el papel de la maternidad espiritual y sus posibilidades actuales. Es necesario hacerlo pues se trata de prestar un servicio al monacato y también a la Iglesia, y como no, a la mujer[4].
MADRES DEL DESIERTO
Tanto la Patrología como la Matrología, contienen idéntica apreciación en lo esencial: santidad de vida de sus protagonistas, irradiación benéfica de su pedagogía espiritual en su entorno, testimonio martirial o confesional de la fe, que incluye la fidelidad heroica al Magisterio de la Iglesia, a la Revelación divina en definitiva, que se expresa en el apasionado amor a la persona de Jesucristo, Dios-Hombre.
La raíz del término “patrología”, viene de “padre”, y este apelativo ha forjado el término “patrología” y más tarde el de “patrística”. Así, la Patrología es la parte de la historia de la literatura cristiana que trata de los autores de la antigüedad que escribieron sobre temas de teología. Comprende tanto a los escritores ortodoxos como a los heterodoxos, aun cuando se ocupe preferentemente de los que representan la doctrina eclesiástica tradicional, es decir, de los Padres y Doctores de la Iglesia. Incluyen a todos los autores cristianos hasta Gregorio Magno (+ 604) o Isidoro de Sevilla (+ 636) en Occidente, mientras que en Oriente llega generalmente hasta Juan Damasceno (+ 749). Resumiendo, podemos aclarar que “el estudio de los padres viene hoy contemplado por tres ciencias que, con las debidas interferencias, lo hacen objeto de su investigación: Patrología (vida-obras-doctrina), Patrística (teología) y Literatura cristiana antigua (aspectos estilísticos y filológicos)”[5].
San Clemente de Alejandría nos dice que el “Padre” es el maestro en la fe. Esto mismo también corresponde a las Madres, maestras según el Espíritu que roturaron caminos de virtud y santidad en la vida cristiana, primero con el ejemplo de su vida santa y doctrina ortodoxa. Las diferencias existentes entre Patrología y Matrología, son de tipo cultural: ellas, en general, no escribieron nada (aunque tenemos algunas mujeres, no obstante poquísimas, que escribieron: Perpetua; Faltonia; Egeria), pero vivieron hasta las últimas consecuencias su fe; la tradición oral recogió su valioso legado, que transmitieron los hombres por escrito. Más tarde, las Madres benedictina y cistercienses plasmaron por escrito sus experiencias y vivencias espirituales y hoy constituyen verdaderos tratados místicos.
Las vidas y sentencias de muchas Madres, fueron célebres en su tiempo debido a la tradición oral. Más tarde, sus apotegmas fueron recogidos en manuscritos. Estadísticamente, son más las Madres que los Padres, pero son pocas aquellas de las que nos han llegado datos biográficos y doctrina, debido a razones socio-culturales de la época[6].
Si la palabra Abba significa “padre espiritual”, es decir: el que está lleno del Espíritu Santo; la palabra Amma, expresa Madre espiritual, llena del Espíritu Santo. Nos lo dice Paladio en su “Historia Lusiaca”[7].
Desde los inicios de las migraciones al desierto, ellas están presentes. Las diásporas espirituales comenzaron hacia el 250 d.C.; fue un movimiento renovador, inspirado sin duda alguna, por el Espíritu. Estos grupos de solitarios y solitarias, se caracterizaron, por su radicalidad de vida a través de la oración y la ascesis[8].
Estos grupos se incrementaron a partir del Edicto de Milán en el 313 cuando el Emperador Constantino convirtió al cristianismo en religión oficial del imperio romano. Muchos cristianos, ante la desaparición del martirio y queriendo vivir una vida cristiana auténtica y añorando el martirio, se decidieron vivir un martirio incruento y marcharon al desierto[9].
Existen sentencias atribuidas a los espirituales de los desiertos que dicen que el ser monje (monja), no es cuestión de cambiar de vestido, de abrazar un especial estilo de vida, sino llevar a cabo esta empresa ardua y sublime que solo se puede llegar a través de caídas y tropiezos para siempre levantarse de nuevo confiando en la misericordia infinita de Dios y en Su perdón.
La espiritualidad monástica es la misma de todo cristiano, pero desde la radicalidad evangélica, siguiendo los Consejos Evangélicos y perseverando en el desierto. Todo esto lo podemos ver en autores como Evagrio Póntico (De ieunio, 13).
I.1- ESPIRITUALIDAD DE LAS AMMAS
Son mujeres que siguiendo la llamada escuchada en su interior, se dirigen al Desierto buscando a Jesús para experimentarlo en la soledad desde su condición de mujeres. Eran teófobas, es decir, portadoras de su cultura femenina injertada en Cristo, y es que la verdadera cultura, crea vida y la desarrolla.
Su espiritualidad nace de la experiencia de la Vida, bajo la inspiración del Espíritu. La escucha a la llamada de Dios es lo principal y ante esta invitación al seguimiento de Jesús según los Consejos Evangélicos, lo dejan todo (Mt 16, 24; 19, 21), renuncian a todo y lo siguen. El concepto de renuncia (apótaxis) era fundamental en la vida monástica y así, a los primeros monjes, se les llamo renunciantes (apótacticoi)[10].
El Abad Alonio decía: “Si no hubiera destruido todo, no podría edificarme a mí mismo”[11]. Es la clásica renuncia monástica:
1. Renuncia corporal, celibato. Desprecio de todo bien terreno.
2. Llamada a la conversión, renuncia al género de vida anterior con sus vicios, desórdenes, pecados, inclinación al mal espíritu y a la carne.
3. Renuncia a cuanto endurezca el corazón: es necesaria la pureza de corazón, no gustando nada sensible, sino fijando la mirada en los bienes eternos.
El desierto favorece una oración continua, afectiva, enamorada (como el camino a través del desierto del pueblo de Israel, y en efecto, los profetas lo llaman “noviazgo” del pueblo con su Dios), que es algo común en las Ammas y así, leemos en un apotegma anónimo de una de ellas: “Quien ama, recuerda siempre lo que ama”. Es el recuerdo amoroso de Dios alimentado con la meditación de Su Palabra. Este estado orante determina la huida del mundo, vivir en soledad y silencio que permanezca siempre atento a la escucha.
Otra característica, e la conciencia del estado de desemejanza con el Creador desde el pecado original, entonces, se busca el Paraíso y el recobrar la semejanza perdida por medio de la obediencia, ya que el que es obediente y mantiene a raya su voluntad, recobra la belleza y la semejanza divina en su alma, porque la obediencia es expresión de humildad. Las Ammas y Padres del desierto, tenían grabado en lo más hondo de sí mismos: “Tomó la condición de esclavo”[12].
Esta espiritualidad lleva a la hesychia, es decir, a la paz, al silencio, a la dulzura de la unión con Dios; y esto es así cuando se ora con el corazón. Este movimiento de la hesychia, tiene su origen según la tradición primitiva, en la escena del evangelio donde Juan reposa su cabeza en el pecho del Señor en la Última Cena, escuchando los latidos del Corazón de Cristo. Los monjes y monjas de Egipto y Gaza del siglo IV, solían recitar: “A los débiles solo nos queda refugiarnos en el Nombre de Jesús”. Se creían los pobres (anawim) del Reino[13].
Y es que para ellos, el nombre tiene la misma importancia que en la Biblia donde el nombre está unido al momento de la invocación de este nombre -desde el corazón- y a la comunicación con él. Por ello, el nombre de Dios y Dios mismo, no puede ser manipulado. Con la venida de Cristo, Dios revela Su Nombre propio.
Sin embargo, el desierto es también el lugar de los grandes combates espirituales, son los que San Antonio llamaba: “los combates de los oídos, de la lengua, de los ojos”. Es aquí donde estas tentaciones y luchas se sienten en toda su agudeza y atacan con fuerza: son los pensamientos impuros, la soberbia y vanagloria, la tristeza, la rebelión, melancolía, la crítica… (La lista varía según los padres. El elenco clásico es el que da Evagrio Póntico: gula, lujuria, avaricia, tristeza, acedia, ira, vanagloria y orgullo). Pero estos ascetas tienen soluciones como la oración, la lectio divina, la ascesis y la apertura del corazón a la madre espiritual (en nuestro caso), y una confianza ilimitada en la misericordia del Señor. Y también el relativizar, no dramatizar, saber reírse de uno mismo.
Martyrius, autor monástico del siglo VII, recoge la tradición espiritual del Desierto desde el siglo I, en su obra más conocida “Libro de la perfección”, en su Tratado tercero, se explaya en la vida solitaria y dice que la verdadera Regla monástica, es la renuncia absoluta a todo y una caridad perfecta; un desapego total y una caridad perfecta, un amor sin reserva. La humildad, la confianza en Dios sin límites y la mente y el corazón humilde son las armas siempre victorias contra el demonio. Termina así: “El monje (la monja) debe estar como embriagado de la caridad de Cristo… unirse únicamente al Dios único y supremo… Única y muy sublime es la regla de vida del retiro solitario, a saber: el angélico estar ante Dios y el recogimiento de espíritu”[14].
Los teólogos cristianos afirmaban la igualdad de los dos sexos en relación con la virtud, e incluso en algunos casos reconocen la superioridad de la mujer en este campo; aunque no todos pensaban así, siempre hubo hombres y padres que opinaban (equivocadamente) que la mujer era más débil que el hombre y que sólo podía llegar a la altura del hombre, “volviéndose varón”. Los Padres de la Iglesia creen que la verdadera diferencia entre los seres humanos no es cuestión de sexo sino de alma, y así Gregorio de Nisa afirma: “Que la mujer no diga: ¡Soy débil! Porque la debilidad es cosa de la carne, y en cambio es en el alma donde está el vigor”[15].
Y Gregorio de Nacianceno exclama: “La naturaleza femenina ha ido más allá que la masculina en el común combate por la salvación, probando con ello que entre los dos hay una diferencia de cuerpo, pero no de alma”[16]. En la misma línea también vemos a Basilio y a Juan Crisóstomo.
Es cierto que los Padres del desierto querían una separación efectiva entre monjes y monjas, y de forma más global, entre hombres y mujeres. Cosa que también deseaban las monjas con respecto a los monjes y los hombres en general. Pero nunca los Padres infravaloraron la vida ascética y espiritual de estas mujeres. Y la razón no era de orden físico porque experimentaban que el vigor masculino no bastaba para ello. La razón estaba en la caridad, el amor a Dios y a Cristo. Y sabían que de este amor son tan capaces las mujeres como los hombres. En la tradición monástica descubrimos que se consideraba a las monjas capaces de dar dirección espiritual en las mismas condiciones que los hombres.
Que las monjas puedan ser guías de otros, deriva del hecho que ellas también pueden ser “espirituales”, portadoras del Espíritu. Y, en cuanto tales, pueden recibir el Título de “Madre” o “Amma”.
Las monjas (aquellas que sabían leer) se servían como los monjes de la Sagrada Escritura y de las vidas y dichos de los Padres, y las adaptaciones de las normas monásticas a la naturaleza femenina eran hechas por una “Amma”. Las mujeres no querían que se edulcorasen para ellas los principios de la vida monástica. La adaptación a la condición femenina no era rebajar el ideal de perfección cristiana, sino vivirlo según otras características. Y nadie mejor para traducir en la práctica las normas de vida monástica para uso de mujeres que una mujer.
En este contexto, no es de extrañar que la colección de Apotegmas nos ofrezca las sentencias de las “ammas” del desierto intercaladas entre la de los “abbas” más famosos. Y es que según los Padres, las mujeres también podían propagar la buena doctrina y dar una enseñanza espiritual. Los Padres del desierto, y los que inmediatamente compilaron sus sentencias, no solamente dejaron bien sentada la igualdad entre los dos sexos en las cosas del espíritu, sino que consideraron que las mujeres pueden ejercer una maternidad espiritual y transmitir una doctrina espiritual con el mismo derecho que cualquier Padre.
Podemos encontrarnos en las sentencias de las ammas, la espiritualidad de éstas; sus sentencias se caracterizan por su discreción, por su penetración psicológica, por su delicadeza, y por no tener extravagancias como vemos en las sentencias de algunos padres del desierto. En ellas, sus palabras están llenas de una gran madurez, fruto de un don de Dios pero también fruto de una lucha, de una fidelidad y de una oración personales. Sus mismas sentencias no narran de cómo tuvieron que luchar incluso contra ellas mismas y contra la tentación de abandonar el camino emprendido. Es significativo, además, que el centro de sus apotegmas sea siempre Dios, Jesucristo y las palabras de la Escritura[17]. Tomemos como ejemplo este texto de Santa Sintétlica: “Los que se entregan a Dios tienen que luchar y sufrir mucho al principio, pero después gozan de una alegría inefable. Es lo mismo que los que quieren encender un fuego que empiezan a ahumarse y a lagrimear, pero que al fin consiguen su objeto. La Escritura dice: “Nuestro Dios es fuego devorador” (Hb 12, 28). Debemos encender en nosotros el fuego divino con lágrimas y sufrimiento”[18].
También veamos como muestra, este apotegma de Amma Teodora: “Uno de los ancianos interrogó a Amma Teodora diciendo: ¿Cómo resucitaremos en la resurrección de los muertos? Le respondió: Tenemos como prenda, ejemplo y primicias al que resucitó por nosotros, Cristo nuestro Dios”[19]
AMMA MACRINA
«Sí, realmente, una gran mujer que sabía lo que quería y a ello se dedicó con todas las fuerzas de su corazón sin dejar que ningún obstáculo se interpusiera en su camino. No fue una decisión que acabara en el olvido, la llevó a cabo hasta sus últimas consecuencias, día a día, sin cansarse pues en Dios encontraba su fuerza, su gozo y su descanso.»
El legado monástico femenino de Santa Macrina, fue modelo de las generaciones sucesivas. Ella marcó con su propio ejemplo, unas pautas de vida que constituían un eco fiel de lo practicado en los desiertos de Egipto: desprendimiento de todo lo mundano; carencia de lo superfluo; pobreza en el vestir; austeridad en la comida; canto ininterrumpido de salmos, bien el Oficio coral o como rumia a lo largo de la jornada; trabajo manual moderado.
Mas en Annesi también hubo notas distintivas y originales dotadas de más sensibilidad: espíritus más instruidos; sentimientos más delicados; formación ascética más íntima; y apariencias externas menos espectaculares. Hasta el mismo paisaje era encantador pues estaba constituido por las bellas riberas del Iris.
Macrina debió legar a su hermano Basilio la simiente de su monacato muy diferente a las extravagancias del monaquismo de Eustacio de Sebaste. Basilio llegó a Annesi en el 356 y quedando asombrado del cenobio de vírgenes y de su pujanza e influenciado por su hermana, renunció al mundo y sus seducciones y abrazó la vida monástica.
Basilio muere en el 379 y Macrina, libre ya de compromisos familiares, vende lo que le queda del patrimonio familiar repartiéndolo seguidamente a los pobres, y se entregó de lleno a la vida espiritual.
Macrina influyó notablemente en la historia del cristianismo del siglo IV. Gracias a su influencia sobre su hermano Basilio, éste se hizo eremita, fundó monasterios y trazó las reglas que regirían la vida monástica en la Iglesia Ortodoxa.
Debido a su fuerte e importante influencia sobre sus hermanos Macrina también ha influido mucho en la construcción del monacato cristiano: San Benito se inspiró en Basilio de Cesarea para redactar su Regla. De Macrina a San Benito, la historia del monacato cristiano, fue modelado basándose en un fuerte ascetismo, en la lectura de las Sagradas Escrituras y en el papel de las vírgenes como metáforas vivas del Paraíso Perdido.
A través de su vida, vemos que es una mujer la conductora intelectual de la familia. Como guía y protectora espiritual era ella la “maestra”, mi “señora”. Y esto representa un cambio en la mirada masculina en relación a la mujer. Nació dentro de una familia cristiana y se creía que el principal beneficiario con la devoción de la virgen, era el dueño de la casa, y por eso, la asceta era un ejemplo de comportamiento, de pureza. Según nos relata Gregorio en su obra “De la Virginidad”, las vírgenes se mantenían siempre unidas y a tiempo completo con Dios, y por eso Macrina se encontraba en la frontera entre el mundo visible y el invisible.
El modelo de Macrina, fortaleció la idea vigente de aquel entonces, donde la mujer consagrada era un depósito de valores para las comunidades cristianas. Estas mujeres consagradas, eran las kanonikai, es decir, mujeres comprometidas con un canon, una vida regular y ascética cotidiana en un pequeño grupo espiritual y orgánico que las destacaba de las otras fieles. Nacía así, el ideal ascético cristiano femenino. Macrina también influyó en la actitud ambivalente de la sociedad patriarcal de Bizancio en relación a la mujer: entre Eva y María, entre el ideal ascético cristiano de la virginidad y el del celibato, y la “promoción” del matrimonio. Por tanto, Macrina es modelo de mujer santa y de abadesa medieval.
A largo plazo, Macrina y su modelo ascético fortaleció el discurso del polo positivo femenino cristiano: la exaltación de la virgen, con su poder de donación, intrínseco a su sexo, su influencia cristiana dentro de la familia (2 Tim), y su papel de ayuda y auxilio en la conversión de los pueblos al cristianismo.
Y este papel dentro de la conversión, es un atributo plenamente femenino y se ve en una carta de Basilio de Cesarea a los habitantes de Neocesarea, que muestra la fuerza de la imagen de Macrina, la fuerza cristiana femenina en la difusión del cristianismo en el siglo IV, y como ella les transmitió a todos los hermanos la doctrina de Gregorio (Taumaturgo) que había conservado de la tradición oral y así, los formó en los dogmas de la piedad.
La virgen, además de ser un espejo de la pureza de Dios, el principal papel femenino que los hombres veían en las mujeres, era la transmisión de la fe en las familias. Propagar la fe por medio de su amor infinito resguardado en su virginidad eterna[38].
Realizando este estudio por la vida de Santa Macrina, sólo me cabe exclamar: ¡QUÉ MUJER! Sí, realmente, una gran mujer que sabía lo que quería y a ello se dedicó con todas las fuerzas de su corazón sin dejar que ningún obstáculo se interpusiera en su camino. No fue una decisión que acabara en el olvido, la llevó a cabo hasta sus últimas consecuencias, día a día, sin cansarse pues en Dios encontraba su fuerza, su gozo y su descanso. Con la mirada dirigida hacia las realidades celestiales desestimó los bienes de este mundo caduco en nada comparables a los eternos. El inmenso amor hacia el Señor, permitió a Macrina vivir una vida de total consagración a Él a través de la austeridad y la ascesis vividas en el amor. Por ella, muchas otras mujeres abrazaron el mismo estado de vida y aprendieron de ella la vida de renuncia por Dios.
También resulta admirable el influjo que causó en los miembros de su familia, ya que sin ella, la historia no sería la misma. A ella le debemos un San Basilio como hoy día es conocido y lo mismo podemos decir de San Gregorio de Nisa. Y ni decir tiene, que la Regla de San Basilio le debe mucho a su hermana y su vida de virginidad junto con otras vírgenes.
De Santa Macrina se puede hablar, escribir y aprender mucho más de lo que estas pobres páginas pueden decir. Sólo baste leer lo que de ella se sabe y gustarlo con la inspiración del Espíritu para sacar provecho espiritual de esta virgen que supo dedicar su vida a Dios sin otra ocupación que el servirle y amarle.
S. Marina Medina
Monasterio cisterciense de la Sta.Cruz
AMMA TEODORA
Monastir de Sant Benet
«Amma Teodora avanzaba por el camino de la liberación interior, para descubrir el Dios-Misericordioso que es Padre y Madre.»
«Ni la rigidez de la observancia monástica, ni las austeridades corporales, nos salvan, sino la humildad sincera»
Es una mujer culta y con conocimientos teológicos, de finales del sIV. Como Sara vivió cerca de Alejandría. Tenía una gran penetración psicológica, y era muy delicada y prudente.
Mientras los apotegmas de los Padres se centran más en la ascesis, la renuncia, y la penitencia, Amma Teodora, igual que las otras Ammas, hacen más atención a Dios y a vivir en Cristo a través de las Escrituras.
Amma Teodora avanzaba por el camino de la liberación interior, para descubrir el Dios-Misericordioso que es Padre y Madre.
Las sentencias de Teodora están llenas de juicio: «como los árboles que necesitan el paso de las estaciones para crecer, nosotros tenemos que pasar el invierno con el fin de dar buenos frutos».I decía :»Ni la rigidez de la observancia monástica, ni las austeridades corporales, nos salvan, sino la humildad sincera». Explicaba que un anacoreta que sacaba demonios, un día preguntó a los espíritus malignos qué era lo que les hacía marcharse: ¿El ayuno? ¿Las vigílies? Pero ellos respondieron de que nada los vencía tanto como la humildad. Entonces añadía ella: «Sólo la humildad nos da la victoria».
Un día explicó a un monje que quería marcharse del monasterio para no tener que pasar por tentaciones, que en una ocasión un monje cogió le sandalias para marcharse, y vio al demonio que haciendo lo mismo le decía: «No te marches por mí, porque allí donde tú vayas yo te precederé».
Y recomendaba a los que dirigen las comunidades que tienen que renunciar tanto a querer dominar, como a buscar adulaciones, siendo pacientes, humildes, y rectos. Condescendientes con equilibrio, y amando sin hacer distinciones.
Ella estaba convencida que las dificultades las llevamos todos dentro y que nos acompañarán siempre.
Se explica que un día Abba Teófilo le preguntó qué quería decir «redimir el tiempo», y ella le respondió que era «aprovechar todo lo que te viene, para transformarlo en virtud.» Y añadió: «si te hacen una injuria, aprovechala para ser humilde y penitente. Así el tiempo se convierte en una ganancia».
Según ella ni la ascesis, ni las vigílias, ni nada nos salva, sino la humildad sincera. La humildad que proviene de un auténtico conocimiento de uno mismo, es, pues, la principal herencia de Amma Teodora.