JI González Faus. cristianismeijusticia.net
No parece que éste sea el momento más adecuado para estas líneas: o demasiado temprano, o demasiado tarde. Pero esa distancia es precisamente lo que busco. Las escribí el pasado 22 de diciembre, con el miedo a que publicarlas entonces resultaría demasiado escandaloso para muchos, y no sé si también delictivo. Ahora podemos estar menos acondicionados por el ambiente y más libres por este examen.
Un telediario de ese 22 de diciembre dedicó los 20 primeros minutos a todos los premios de la lotería, con repetidas imágenes de abrazos y botellas de cava destapadas por los afortunados. No tengo nada en contra de que la gente se alegre cuando es así de afortunada y se abracen y lo celebre, por supuesto. Pero en privado. La exhibición pública y repetida de esas celebraciones me pareció sencillamente impúdica.
Porque a esa misma hora, en Oriente Medio había una madre que abrazaba también a su hijo para consolarle por la muerte del padre en la guerra. Había un matrimonio que se abrazaba porque había logrado algo de alimento por sus hijos (robado, seguramente, de las caravanas de ayuda humanitaria); ya sabían que ellos no comerían ese día, pero al menos los niños comerían algo. Había dos mujeres que se abrazaban para consolarse, porque sus maridos seguían siendo rehenes. Y por muchos rostros corrían no ríos de cava, sino de lágrimas.
Exhibir esas imágenes y no esas otras me pareció simplemente obsceno. Si al menos se hubieran limitado a dar sólo imágenes de una población como Salt, con mucha pobreza —por lo que dicen—, y en la que habían caído tres millones que aliviarían algunas necesidades, lo habría entendido más.
Por otro lado, ese mismo noticiario dedicó sólo 3 minutos a informar sobre el encuentro Sánchez-Feijóo de que era la verdadera noticia de ese día. Que conste que no culpo de eso a la televisión. Seguramente, si hubieran procedido tal y como sugiero, la gente habría cambiado de canal y habría buscado otro. Esto me recuerda la frase de Albert Camus: «los medios de comunicación deben decir lo que el pueblo necesita saber; no lo que quiere oír». Y recalco: dice esto alguien que no es cristiano, para que se vea que no es algo de religión, sino de humanidad elemental. En definitiva, pues: era culpa nuestra, del público, si ese día los llamados medios de comunicación fueron medios de incomunicación. Porque, en la sociedad capitalista, los medios siempre tendrán el gran peligro de convertirse en medios de manipulación, más que de comunicación.
Y lo más grave de todo es que aquél era el clima que se estaba generando… ¡para celebrar la Navidad! Hace tiempo sugerí que la Iglesia debería tener la audacia de trasladar las fiestas navideñas del 25 de diciembre al 25 de enero (en plena «subida»). Y hace más tiempo escribí a Fidel Castro agradeciendo que hubiera suprimido la Navidad, porque no es una fiesta cristiana sino pagana. No son pues manías de hoy en día. Y comprendo que estas propuestas mías pueden no ser buenas por toda la Iglesia: porque la Iglesia no es sólo occidental, sino universal (=católica). Y en el resto del mundo las cosas pueden ser de otra forma. Pero al menos deberíamos saber lo siguiente:
Lo que se celebra hoy en Occidente cada 25 de diciembre es el nacimiento del mesías Consum, hijo único del dios Diner. Lo que celebramos los cristianos en Navidad es el nacimiento de un Mesías «pobre y humilde», hijo único del Dios Amor. Ambos son absolutamente incompatibles.
Por eso creo que nuestra responsabilidad actual como cristianos occidentales es la de pasar estos días pseudonadalenses de diciembre con una huelga de consumo lo más radical posible. O, en todo caso, acudiendo todos los cristianos, como los pastores de Belén, a las «cañadas reales» de cada ciudad, a llevar un poco de consuelo. Es entonces cuando se podrá cantar: «gloria a Dios y paz a los hombres» (Lc 2, 14).
Nos llamarán «comunistas» enseguida. Ya lo harán: ni siquiera se dan cuenta de que éste es el mayor elogio del comunismo.
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