La Terminal y la cunda de los albañiles 

Pepa Torres. alandar.org

La realidad supera siempre la ficción. También en el caso de los aeropuertos. Hace años estuvo durante bastante tiempo en cartelera la película La Terminal, inspirada en la historia de Mehran Karimi Nasseri, un refugiado iraní que vivió en el aeropuerto de París-Charles de Gaulle entre 1988 y 2006. La cinta narra como un no lugar, es decir, un espacio donde las personas son anónimas y se hace prácticamente imposible una relación que no sea instrumental, se convierte en un lugar de supervivencia y humanización gracias a los sujetos invisibles que lo habitan. La película me gustó mucho cuando la vi porque otro tema que atraviesa su hilo argumental es la fidelidad a las promesas y la palabra dada, cuestión que está absolutamente en crisis y que, como nos recuerda la filósofa Marina Garcés en uno de sus últimos libros, nos es urgente recuperar. Desde entonces, cuando voy a la T4 de Barajas mi mirada se empeña en mirar y reconocer lo invisible, porque a según qué horas este lugar se convierte en refugio y techode personas expulsadas de la ciudad y de su derecho a la misma, que se agrupan para protegerse del frío, del racismo y de la aporofobia.

De las 37.000 personas que están en España en situación de calle, más de 4.000 sobreviven en Madrid (datos del INE 2022). A muchas de ellas, tras cruzar la frontera de Barajas u otras, se les niega también el derecho al asilo y la acogida. Vienen huyendo de la violencia económica y política que amenaza sus vidas y la de sus familias y con un deseo a fuego, grabado en su corazón, contra toda desesperanza: trabajar para poder sobrevivir dignamente y mantener a sus familias hasta que puedan reagruparlas.

Una gran mayoría de estas personas son latinoamericanas con amplia experiencia profesional en su país: comerciantes, mecánicos, administrativos, conductores, “todólogos”. Muchos de ellos cada mañana recorren la ruta de la explotación, de Barajas a Plaza Elíptica, donde se llevan a cabo las cundas de los albañiles. Un mercado sumergido y explotado de trabajo donde acuden empresarios piratas para seleccionar mano de obra ilegal, sin derechos y a destajo por menos de 30 euros al día. Algunos de estos trabajadores se cobijan del frío en un bar próximo, pero toda la plaza se moviliza cuando se acercan las furgonetas porque no quieren perder esa oportunidad. A modo de subasta humana, los elegidos son introducidos en el maletero, a veces hasta 10 personas, sin conocer la dirección de la obra o el trabajo que van a hacer, casi siempre fuera de la ciudad de Madrid, en lugares de difícil acceso para las inspecciones de trabajo. Los impagos y los accidentes laborales están a la orden del día y es difícil reclamar pues, después de trabajar durante semanas y jornadas intensivas, el patrón no da señales de vida.

Desde hace unos meses, un grupo de estos trabajadores está intentando organizarse con el apoyo de un grupo de abogados laboralistas de Carabanchel (ADELA: Autodefensa Laboral). Esta es una de mis mejores noticias y deseos para el nuevo año: poner fin a la explotación laboral que la propia ley de extranjería genera. Porque las reformas que se aplican no dejan de ser parches insuficientes, mientras que las exigencias de una ¡regularización ya! se hacen cada vez más lejanas, debido a los intereses partidistas y los oídos sordos del Gobierno, que decide “olvidar” que aunque el mercado lo que quiere son brazos, quienes llegan son personas.

Mientras tanto, en los baños de la T4, a primerísima hora seguirán coincidiendo, de manera más o menos discreta, quienes viajan a las rutas turísticas del Caribe y otros países exóticos con quienes son expulsados de ellos por la violencia y el extractivismo económico.

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