Maestras de vida: Mary Daly

Antonina Wozna. alandar.org

La vida de Mary Daly -feminista radical, filósofa, académica, teóloga- fue un camino de “romper techos” en el mundo académico, en el eclesial y en el teológico, sin dejar que los obstáculos la frenaran. Ese quiere ser su legado: “Ahora no podemos parar”.

Mis abuelos de procedencia irlandesa y muy católicos se mudaron a Estados Unidos, a Boston. Nací en 1928 en Schenectady, Estado de Nueva York. Mi madre favoreció mi sensibilidad y entusiasmo por la buena lectura y ya de pequeña despunté con mis preguntas.No pude estudiar Teología por ser mujer y opté por la Filosofía. Allí descubrí las artes clásicas, la lógica, el silogismo y analogías, que me ayudaron a formular premisas lapidarias como: “si Dios es varón, el varón es Dios”. Descubrí que en Filosofía tampoco se nos tomaba demasiado en serio por ser mujeres, aunque yo formase parte de la élite intelectual blanca (las mujeres negras compartían otra suerte, pero con expectativas parecidas). Los escenarios oscilaban entre casarnos con los estudiantes de Filosofía y acabar, quizás, como profesoras escolares a media jornada, compartiendo el tiempo con la maternidad, o como solteronas.

No me ilusionaba este panorama y probé con la Literatura inglesa. Fue una gozada; de ahí surgió mi amor por los orígenes de las palabras, por los juegos etimológicos, que exprimí al máximo con mi ironía de la falocracia patriarcal o con la crítica de la necrofilia para fundamentar mi propuesta eco-feminista de la biofilia (amistad con la vida). Descubrí que la palabra “solterona” (spinster) que designaba -al menos en inglés- esta desprestigiada opción de vida para mujeres tenía una tradición antigua, totalmente invisibilizada, que se refería a la capacidad de las mujeres de saltar en espiral (spin), de moverse enérgicamente, más allá de los encorsetados marcos y espacios asignados. Un término peligroso para los varones, que podrían vernos desatadas, al no estar sujetas a los respectivos esposos. No sé si fue este descubrimiento lo que me convenció, pero el caso es que no me casé, quizás para salvaguardar mi libertad. Me doctoré. Se acercaban los tiempos del Concilio Vaticano II, tiempos de cambios profundos en la Iglesia y decidí empezar en serio con la Teología.

No pude estudiar Teología por ser mujer y opté por la Filosofía. Allí descubrí que tampoco se nos tomaba demasiado en serio en Filosofía por ser mujeres

Eran momentos de esplendor y efervescencia en la Teología fundamental y pneumatológica, de redescubrimiento del legado tomista, de la influencia de las nuevas corrientes filosóficas. La fenomenología y la lingüística irrumpieron con fuerza en los estudios bíblicos, al igual que la arqueología y el método histórico-crítico. Adoraba la propuesta del método de correlación de Paul Tillich, que hacía posible compaginar los avances en las Ciencias Sociales, la Medicina, la Psicología, con una sana reflexión sobre la fe, la esperanza y el amor que proponía la Teología.

Conseguí una beca Fullbright para cumplir con mi sueño: doctorarme en Teología. No pude en Estados Unidos, pero sí en Europa, en Friburgo (Suiza), con los dominicos. Me aprendí la Suma Teológica de Tomás de Aquino de memoria y, ¿cómo no reírse ahora de pensar que su genio inspirara la estructura de la más radical Filosofía y Teología feminista!

En mi estancia de cuatro años en Europa pude conocer y fundamentar mi visión feminista. Me inspiraron la mitología y cultura griegas, pude visitar Delfos, Atenas. Descubrí las fuentes feministas pre-cristianas; la diosa Némesis será la que personifique mi lectura de la virtud de la justicia, dieciséis años después, cuando publique mi obra de madurez, Pura Lujuria (Pure Lust: Elemental Feminist Philosophy, 1984. Traducción al castellano de la autora del artículo). Estuve también en Madrid y acabé en Roma, en plena celebración del Concilio Vaticano II. Es más, me colé en una sesión con un pase prestado de una periodista. Pude conocer a Gertrud Heinzelmann (1914-1999), gran sufragista feminista suiza, jurista que dirigió la famosa carta a los padres conciliares en la que comentaba que no podíamos quedarnos calladas por más tiempo.

Volví a Boston. Sería la primera mujer que formalmente podría dar clases en la universidad y no existían protocolos. Rompí otro “techo de cristal”: en aquel entonces, el doctorado solo lo sacaban los sacerdotes (fui la única estudiante en Friburgo). Me contrataron como profesora asistente en el Boston College, de los Jesuitas y pronto descubrí en mis propias carnes lo que significa “formulismo”. Ellos cumplieron con la nueva ola reformista en la Iglesia, yo “cumplí” con mi cupo de ser “el ejemplar” de este aperturismo falaz del Concilio.

Las grandes expectativas de apertura conciliar no se tradujeron en hechos, pero en 1968, cuando publiqué mi primer libro, The Church and the Second Sex (La Iglesia y el segundo sexo), creía que la reforma sería viable. Presenté mis propuestas feministas de cambios en la disciplina de la Iglesia basadas en la dignidad de las mujeres. La respuesta desde mi institución académica fue el despido inmediato. Tuve la suerte de vivir en un momento de intenso movimiento liberacionista y los estudiantes los que montaron una huelga multitudinaria para que me readmitieran. Las autoridades académicas cedieron ante la presión pública y aproveché el momento para pedir el ascenso.

“Ocuparemos nuestro propio lugar bajo el sol. Dejemos atrás siglos de silencio y oscuridad. Afirmemos nuestra fe en nosotras mismas y nuestra voluntad de trascendencia levantándonos y caminando juntas”

A raíz de esta mediatización de la causa de las mujeres, empezaron mis buenos momentos en la Facultad y pude dedicarme a la investigación a fondo. Iba madurando los contenidos de mi segundo libro Beyond God the Father: Toward a Philosophy of Women’s Liberation (1973), cuando llegó otro momento de “romper el techo”. Me invitaron a predicar, como primera mujer en la Iglesia Memorial de Harvard tras 336 años de historia. Esta vez no quería cumplir con un simple formulismo que lo cambia todo para que nada cambie. Quería marcar otro estilo de la liturgia más inclusiva, más performativa. Tocaba hablar del éxodo y…

 “a medida que el sermón avanzaba hacia su escenificación final (…), seguí diciendo que no podemos pertenecer a la religión institucional tal como es… (…). El movimiento de mujeres es una comunidad de éxodo. Su base no está simplemente en la promesa dada a nuestros padres hace miles de años. Más bien su fuente está en la promesa incumplida de la vida de nuestras madres, cuya historia nunca quedó registrada. Su fuente está en la promesa de nuestras hermanas a quienes robaron la voz, en nuestra propia promesa, en nuestra creatividad latente. Podemos afirmar ahora nuestra promesa y nuestro éxodo, mientras caminamos hacia un futuro que será nuestro propio futuro. Hermanas y hermanos, si es que hay alguno aquí: nuestro momento ha llegado. Ocuparemos nuestro propio lugar bajo el sol. Dejemos atrás siglos de silencio y oscuridad. Afirmemos nuestra fe en nosotras mismas y nuestra voluntad de trascendencia levantándonos y caminando juntas” (Outercourse, 1992; trad. Ex/órbita 2023).

…bajé del ambón y me dirigí por el largo pasillo hacia la salida bajo la mirada estupefacta del público. Salí, pero “no tuve que temer la vergüenza de salir sola. Cientos de mujeres y algunos hombres comenzaron a salir en estampida de la Iglesia. Lejos de ser el líder de la manada, como algunos periodistas prefieren entenderlo, quedé atrapada en medio de la estampida. Cuando logré bajar corriendo del enorme púlpito, la mitad de la humanidad corría delante de mí”. (ibídem).

Los periódicos se hicieron eco del acontecimiento como una ruptura con el cristianismo. Me di cuenta de que, en varias religiones, en diferentes tiempos y áreas geográficas, acontecía la misma grave tergiversación semántica que afectaba a las mujeres y la historia. La opresión sistemática contra las mujeres se disfrazaba de “ritos” o “tradiciones culturales”, como la mutilación genital en África, el atado de los pies en Japón o el holocausto de las viudas en la India. Atrocidades como la caza de brujas en Europa o la carnicería ginecológica o de industria cosmética de Norteamérica. En Gin/Ecología: La metaética del Feminismo Radical (trad. de Ananda Castaño. 2024) se ve cómo el lenguaje mediatiza el conocimiento de nuestra historia y cómo las religiones legitiman o justifican la opresión de las mujeres.

Los Gyn/Ecology (1978), Pura Lujuria (1984) y El Brujedario. Primer Diccionario de las Tejedoras de Palabras (1988. Trad. al castellano de Carmen Martín Rojas, 2024) forman una trilogía que desarrolla plenamente mi propuesta filosófica, ética y lingüística de Teología feminista radical de liberación, en los que presento los fenómenos religiosos que nos privan de nuestro ser, para proponer unos paradigmas éticos basados en el actuar (siendo) ser-embrujando, ser-viviendo/ perteneciendo y ser-amistando.

Mi legado son los libros de mi madurez: Quintessence… Realizing the Archaic Future: A Radical Elemental Feminist Manifesto (1998) y Amazon Grace: Re-Calling the Courage to Sin Big (2006). Quisiera que éste sea el eco de mi ultratumba: “Ahora no podemos parar”

En los últimos años de mi vida me retiraba a menudo a una cabaña en medio del bosque para desplegar mi vida en la naturaleza y seguir escribiendo acerca de un sistema religioso y legal que -a pesar de los avances políticos- nos sometía y confundía. En mi retiro me acompañaban mis amigas, las gatas, la vaca, las ratas y mis otras amigas con las que hemos desarrollado un verdadero vínculo lésbico. ¡Cuántas risas y placer!

El sarcasmo me ha ayudado a desenmascarar las estructuras patriarcales de poder que asomaban por doquier. No menos irónico fue mi despido de la Facultad, alegando la violación del título IX de la ley federal que garantizaba que nadie podría estar excluido de un programa educativo por razones de sexo y de la propia política de no discriminación de la Universidad. Otro duro golpe de tergiversación en que la ola del patriarcado regresivo seguía manipulando incluso las iniciativas más inspiradoras y emancipadoras.

Mi legado son los libros de mi madurez: Quintessence… Realizing the Archaic Future: A Radical Elemental Feminist Manifesto (1998), sobre las causas de las mujeres presentes en el pensamiento filosófico y los relatos míticos y Amazon Grace: Re-Calling the Courage to Sin Big (2006), donde presento una utopía ecológica de fondo profético de un nuevo mundo. Ubico allí a las nuevas generaciones de mujeres (en 2048) que, por arte de su capacidad comunicativa recientemente re-descubierta, pueden escuchar de primera mano (de la boca de Elisabeth Cady Staton) las historias de 1848, cuando la declaración de Seneca Falls reivindicaba nuestros derechos y, acto seguido se publicaba The Woman’s Bible (La Biblia de las mujeres) haciendo que el movimiento de mujeres nunca pare. Quisiera que éste sea el eco de mi ultratumba (fallecí el 3 de enero 2010): “Ahora no podemos parar” (Amazon Grace).

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