EVANGELIO 15 DE AGOSTO 2025
Lc 1, 39-56
Celebramos la fiesta de la Asunción de María. Una fiesta con connotaciones tan populares como universales. Una fiesta en la que celebramos cómo María se abre a la Buena Noticia de Dios en su vida, pasando de la perplejidad y el temor a la disponibilidad y la confianza.
María es a la vez que la madre y educadora de Jesús, su discípula. Con Él conoce el misterio del reino y se adentra en su realización histórica, lo cual hace de ella una mujer siempre en camino, solidaria y en permanente desinstalación. María es la mujer del fiat, pero su sí, no fue un sí neutro ni ingenuo, sino que conllevó muchos noes. El Magníficat no es un canto de sumisión sino de esperanza y rebeldía comprometida por otro mundo posible, en el que no prime la ley del más fuerte, sino la ley del amor. Un mundo donde sea posible una paz desarmada y desarmante, como no recuerda León XIV.
María en su pequeñez se hace disponible a la acción del Espíritu para dar a luz a Dios en el mundo. Su prima Isabel, la madre del profeta Juan Bautista, es testigo y cómplice con ella de esta esperanza. A ambas la fe las ha hecho fecundas. En la fiesta de la Asunción la iglesia reconoce a María como la primera creyente, madre y discípula incondicional de su Hijo y por eso a su lado para siempre en la plenitud del Reino.
También hoy en nuestro mundo muchas mujeres atraviesan serranías (dificultades, fronteras, etc.) para poner en el centro la dignidad y el cuidado de la vida y lo hacen en sororidad, desde el apoyo mutuo y la solidaridad de género. Son las “guardianas” y defensoras de la vida en las situaciones más amenazadas. Ellas como María de Nazaret e Isabel están también colaborando a dar a luz a Dios en el mundo hoy, hecho resistencia, esperanza y sentido contra todo pronóstico, en medio de tantas situaciones de violencia e injusticia.
El Magníficat se sigue actualizando en nuestro mundo allá donde una mujer empujada por la fuerza del amor antepone la dignidad y el valor de la vida más vulnerada frente a los discursos y prácticas de odio, frente a la crueldad de los mercados y los ejércitos o la banalización del mal. Ellas hacen posible lo imposible y a menudo claman y agradecen a Dios con nombres y acentos distintos. Ellas visitan hoy nuestros barrios y pueblos movidas por el sueño de un futuro para sus familias trayendo esperanzas y vida nueva. Han venido para quedarse y nos urgen a seguir recreando el Magníficat y derribar juntas prejuicios, muros y fronteras que impiden que el reino sea. ¿Las reconocemos?
Pepa Torres Pérez
