Luciérnagas

Pepa Torres. cristianismeijusticia.net

Esta mañana me despierta con tristeza un vídeo desde California en el que se muestra la violencia y el desprecio con el que la migra identifica y detiene a unas mujeres hispanas que llevaban a sus hijos a la escuela en Los Ángeles, pese a la resistencia de un grupo de personas. Me pone mal cuerpo y hace que mi mañana quede atravesada por una sensación de desánimo que me resulta difícil de superar.

Vivimos tiempos oscuros atravesados por lo que Rita Segato (2021) llama pedagogías de la crueldad, caracterizadas por la incapacidad de ponerse en el lugar del otro/a y la naturalización del sufrimiento. Tiempos en los que la palabra desigualdad resulta insignificante para dar cuenta del crecimiento de la acumulación de la riqueza en muy pocas manos. Tiempos llenos de contrastes en los que las industrias de cosmética y las clínicas de cirugía estética se han convertido en negocios fuertemente lucrativos mientras que en otros lugares el hambre se convierte en arma de guerra que masacra cuerpos en Gaza, mientras se televisa, como si de una serie de Netflix se tratara.

Pero la oscuridad está también habitada por luciérnagas que resisten en la densidad de la noche, como nos recordaba Gustavo Gutiérrez (2003):

Cuando la oscuridad es mayor, un fósforo encendido, una chispa, una luciérnaga tiene un alcance inusitado y levanta nuestra esperanza. Por instantes nos permite vernos las caras, saber que estamos ahí, percibir rostros menos deprimidos y temerosos de los que las tinieblas nos podían hacer penar, sentir miradas que invitan al diálogo y la colaboración. Eso nos anima a encender otras luces y quebrar la incomunicación (…) Son las pequeñas pero contagiosas luces que alumbran con su entrega y generosidad una espesa noche. La luz no está la final del túnel, se halla en el mismo túnel, en las personas que transitan en él. A ellas les toca iluminarlo; más aún, hacer caer sus muros y su techo, para que deje de ser un encajonado y obligado camino y se convierta en una ancha, franca y luminosa avenida que nos conduzca a la equidad y a la justicia.

En tiempos oscuros necesitamos identificar las luciérnagas y seguirles la pista, mirar la dirección que señalan. Cuanta más oscuridad se empeñen en sembrar los fabricantes de muerte y sus ideólogos, mayor serán nuestro empeño en mirar hacia la luz y las luciérnagas, que nos indican rendijas por donde la vida quiere reventar y hacerse más fuerte que los drones. Necesitamos, como nos ha recordado Ivone Gebara hace unos días en el 44 Congreso de Teología, echar mano de la categoría epistemológica de la mezcla para pensar lo humano y lo divino, porque todo se muestra mezclado: la vida y la muerte, el horror y el amor, la mezquindad y la generosidad, los sueños y las pesadillas.

La Global Sumud Flotilla surca los mares rumbo a Gaza cargada de luciérnagas y dispuesta a romper el bloqueo, pese a las amenazas y ataque recibidos: «los actos de agresión dirigidos a intimidar y desbaratar nuestra misión no nos disuadirán, continuaremos con determinación y firmeza. No nos pararán», responden hoy en un comunicado.

También desde Palestina me llega hoy un mensaje luminoso a la vez que terrible del grupo de reflexión ecuménico A Jerusalem Voice for Justice, dando razón de su esperanza y su permanencia hasta el fin con el pueblo de Gaza:

Para los cristianos, en esta hora oscura de la historia, permanecer en Palestina es proclamar con la vida que esta tierra, herida y sangrante, sigue siendo santa. Significa afirmar que la vida de los palestinos —musulmanes, cristianos, drusos, samaritanos, bahá’ís— y la vida de los judíos israelíes es sagrada y debe ser protegida. Permanecer (…) no es solo una decisión política, social o práctica. Es un acto espiritual. No nos quedamos porque sea fácil, ni porque sea inevitable. Nos quedamos porque hemos sido llamados a hacerlo. Nuestro Señor Jesús (…) permaneció fiel a su misión hasta el final. No huyó del sufrimiento: lo afrontó, sacando vida de la muerte. Del mismo modo, nosotros permanecemos, no para idealizar el dolor, sino para dar testimonio de la presencia y la fuerza del Señor en nuestra martirizada Tierra Santa. (…). Cristo no está ausente de Gaza. Está allí, crucificado en los heridos, sepultado bajo los escombros y, sin embargo, presente en cada acto de misericordia, en cada vela encendida en la oscuridad, en cada mano tendida hacia los que sufren.

También esta tarde me llegan noticias de otras luciérnagas: el colectivo Cosecha, de New Jersey, y sus acciones de apoyo y protección a las personas migrantes en situación irregular y la implicación de algunas escuelas y universidades en oposición a las redadas, declarándose desobedientes.

Las luciérnagas son mucho más imparables de lo que puede parecer a primera vista. Están en todos los lados, de manera discreta pero insistente, y la realidad nos exige tercamente que nos sumemos a ellas. Los discursos de odio se extienden por las redes, pero también la acogida y la solidaridad por parte de sectores de la sociedad civil que se niegan a criminalizar la pobreza y deciden abrir las puertas de su casa, sus vidas y sus organizaciones para, como diría Francisco, construir un nosotros cada vez mayor —¡por cierto, Francisco, cómo te echamos en falta!

Me cuentan también que miles de luciérnagas han llegado estos días al Vaticano, un millar de creyentes del colectivo LGTBQ+, invitados a abrir la puerta de la esperanza tras siglos de invisibilidad y discriminación.

Todo mezclado. Tiempos oscuros, pero la luz resiste, como chispas, como luciérnagas que señalan caminos. Esa inmensa luciérnaga que fue Jesús de Nazaret nos lo dejó escrito con su vida en el reverso de la historia: «Yo estoy con vosotras y vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos. Buscadme en lo escondido, en lo impuro, en la mezcla del trigo y la cizaña» (Mt 28,20; Mt 13,24-30).

[Imagen de starline en Freepik]

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