DOMINGO 27 (C)
Lc 17,5-12
La petición que hacen los apóstoles a Jesús, está hecha desde una visión mítica de Dios, del hombre y del mundo. La parábola del simple siervo, cuya única obligación es hacer lo mandado, refleja la misma perspectiva. Ni Dios tiene que aumentarnos la fe, ni somos unos siervos inútiles, ni necesitamos poderes especiales para trasplantar una morera al mar.
No pongas la confianza en ti ni en tus obras, por muy religiosas que sean. Confía solo en la Realidad Última, “Dios”. Los que se pasan la vida acumulando méritos no confían en Dios sino en sí mismos. La salvación por puntos es lo más contrario al evangelio. Ese Señor al que tengo que rendir cuentas tiene que dejar paso al Dios que es el fundamento de mi ser.
No hay un dios fuera a quien servir. Cada uno de nosotros es la manifestación de Dios, que a través nuestro puede actuar para hacer un mundo más humano. No hay en mí ningún yo que pueda atribuirse nada. Ni hay fuera un YO al que pueda llamar Dios. Ni Dios puede hacer nada sin mí, ni yo puedo hacer nada sin él. ¿De qué puedo gloriarme?
La religión ha metido a Dios en esa dinámica y nos ha conducido a un callejón sin salida. Descubrir lo que realmente somos sería la clave para una total confianza en Él, en la vida, en cada persona. El mismo relato nos da pistas para salir del servilismo al dios cosa.
Jesús no les podía aumentar la confianza, porque aún no la tenían ni en la más mínima expresión. La fe no se puede aumentar ni disminuir, tiene que crecer desde dentro como la semilla. Una confianza a medias no es confianza. Examinando cada una de sus criaturas, podemos comprender lo que Dios ‘está haciendo’ en ellas en cada momento.
Se interpretó la respuesta de Jesús como una promesa de poderes mágicos. La imagen de la morera, tomada al pie de la letra, es absurda. Lo que nos está diciendo el evangelio es que toda la fuerza de Dios está ya en cada uno de nosotros. El que tiene confianza podrá desplegar toda esa energía, pero nunca para cambiar la realidad que no nos gusta.
Confiar en Dios es apostar por el hombre, por la realidad tal como es. Es estar construyendo la realidad, y no destruyéndola; es apostar por la vida y no por la muerte: por el amor y no por el odio, por la unidad y no por la división. ¿Por qué tantos que no «creen» nos dan sopas con honda en la lucha por defender la naturaleza, la vida y al hombre?
Confiar en lo que realmente soy me da una libertad absoluta para desplegar todas mis posibilidades humanas. Nuestra fe sigue siendo infantil e inmadura, no tiene nada que ver con lo que propone el evangelio. No queremos madurar en la fe por miedo a las exigencias.
Para nosotros, creer es el asentimiento a unas verdades teóricas, que no comprendemos. Esa idea de fe, como conjunto de doctrinas, es completamente extraña tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo. En la Biblia, fe es confiar en… Pero incluso esta confianza se entendería mal si no añadimos que tiene que ir acompañada de la fidelidad.
La mini parábola del simple siervo inútil no quiere decir que tenemos que sentirnos siervos y menos aún inútiles, sino que nos advierte que la relación con Dios como si fuésemos esclavos nos deshumaniza. Es una crítica a la relación del pueblo judío con Dios que estaba basada en el estricto cumplimiento de la Ley que, según ellos, salvaba.
Fray Marcos
