
autora de Revelaciones del Amor Divino.
Valmore Muñoz Arteaga. alandar.org
Josep Otón, profesor en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona, afirma que el interior humano requiere ser explorado y trabajado para descubrir en él los destellos de la dimensión trascendente de la existencia.
Educar la interioridad implica una doble acción: 1) posibilitar la emergencia de aquello que brota del interior; y 2) canalizar este material psíquico para aprovechar su potencial sin distorsionar la vida consciente. Pensar en educar la interioridad nos obliga a asistirnos con la etimología del término educar. Por un lado, procede del verbo latino educere, que significa “sacar de dentro”. Por otro lado, tenemos la segunda etimología que se le atribuye al verbo educar que es educare, cuyo significado es “conducir”.
Ahora bien, ¿qué es eso que será conducido de lo interior a lo exterior? El Evangelio afirma algo de lo que considero que debemos partir. En Mateo 15,11 nos refieren que “no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre”. Esto significa que hay algo dentro del hombre que hay que cuidar y mantener puro. Hay algo dentro que debemos ayudar a salir con la finalidad de que no contamine. Entonces queda claro que hay que educar la interioridad.
¿Qué dice la mística?
Si el tema de la interioridad humana se ha tocado en alguna parte ha sido en la mística. La mística a lo largo del tiempo ha dado muestra de cómo el hombre puede deletrear el abecedario del amor. Resalta el Fausto de Goethe ante la pregunta sobre cómo expresarse bellamente: “es necesario que esto parta del corazón y cuando el seno esté desbordante de deseo, nos volvemos y buscamos…”. La mística ha mostrado siempre la ruta sobre el peregrinaje del saber vivir en el presente conociendo lo que representa la salud del momento; esto es sentir la vida en su plenitud dentro de nuestra limitación concreta. Lo que nos obliga a volver a aquella vieja dicotomía entre el ser y el hacer. Para la mística, resalta Panikkar, la experiencia es fruto del ser antes que del hacer, lo cual significa que no se rechaza el hacer, sino que se le da su santo lugar.
La mística ha mostrado siempre la ruta sobre el peregrinaje del saber vivir en el presente; esto es sentir la vida en su plenitud dentro de nuestra limitación concreta
La mística, que indaga en nuestro castillo interior, es una experiencia humana integral. Una dimensión antropológica por medio de la cual cada ser humano –todo hombre es místico– percibe las tres dimensiones de la realidad: sensible, inteligible y espiritual. La filosofía rosminiana apunta que existen tres formas de caridad que se distinguen en el obrar, es decir, en eso que sale al exterior: la caridad temporal se refiere a la obligación de ocuparse del que sufre; la caridad intelectual busca formar la inteligencia para alcanzar la verdad que ilumina; y la caridad espiritual conduce a gestionar al prójimo todo lo que es bien en orden a la salvación.
Conciencia de la alegría
Si la educación es un camino que ayuda a sacar de dentro aquello que nos hace únicos e irrepetibles, entonces estamos de acuerdo al afirmar que ella es también camino para conducir desde la interioridad del hombre la alegría de serlo y fundamentalmente de hacerlo consciente de ello. La alegría de existir es inicialmente un sentimiento inmediato y casi inconsciente. Por medio de la educación podemos mostrar los caminos para que se alcance la conciencia de ese gozo que se desnuda en la existencia misma y es que ese sentimiento de la existencia, sean las circunstancias que sean, es lo que incrementa ese gozo.
“Todos los días del afligido son malos, pero el de corazón contento tiene un festín continuo. Mejor es lo poco con el temor de Dios que un gran tesoro donde hay turbación”, dice el libro de Proverbios (15, 15 – 16). Esto me recuerda a Juliana de Norwich, mística inglesa del siglo XIV, que en sus Revelaciones del Amor Divino afirma que, en una ocasión, Jesús le dijo: “Todas las cosas acabarán bien; y tú misma verás que todo acabará bien”. En tal sentido, la educación debería afirmarse en conducir al hombre a confiar en Dios que es amor y fuente de alegría.
Esta verdad enclavada muy dentro de nosotros, la intentó hacer brotar San Pablo cuando le escribía a los filipenses que nos alegráramos en el Señor, puesto que Él siempre está cerca. La certeza de esa cercanía no permite que nos inquietemos por nada; “más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud” (Flp 4, 4-7). Esta verdad es la que la educación debe conducir hacia el exterior. Hacer al hombre consciente de esa verdad que lo posee, pero que el mundo ha distorsionado.
Una educación permeada por la mística no sólo nos conduce a preparar una educación para la interioridad, sino que ayuda a devolver a las palabras su sentido pleno
Por una educación mística
Hablamos en este caso de una educación que mire a la interioridad del hombre para conducir hacia afuera aquello que arde dentro de él. El pasaje de los discípulos de Emaús nos brinda algunas claves; ellos, al escuchar la palabra de Jesús resucitado, sintieron arder su corazón. Esto significa que la voz de la mística nos dilata hasta el vértigo para mostrarnos al mundo en su más pura gracia, ayudándonos a despertar todos nuestros sentidos y hacernos, no sólo testigos, sino partícipes de la belleza. Nos armoniza con las ramificaciones internas de la hermosura cósmica. Hace que cada hombre tome conciencia de que es un ser entre el cielo y la tierra, esto es “con los pies toca la tierra, pero al darse cuenta de este toque se percata que tiene una cabeza que puede tocar también el cielo con su vista”, señala Panikkar.
Una educación permeada por la mística no sólo nos conduce a preparar una educación para la interioridad, sino que, a su vez, como la mística ayuda a devolver a las palabras su sentido pleno, entonces abre el compás sobre el acto de conocer para indicarnos que esto siempre será más que memorizar y almacenar información. Ayuda a tocar la realidad desde la perspectiva ardiente del amor.