NO HAY UN MÁS ALLÁ, SINO UN MÁS ACÁ ETERNO

Fray Marcos. feadulta.com

DOMINGO 32 (C)

Lc 20,27-38

Estamos en Jerusalén. Lc ya ha narrado la entrada solemne y la purificación del Templo. Sigue la polémica. Los saduceos entran en escena. Solo admitían el Pentateuco como libro sagrado. Tampoco admitían la tradición. No creían en la resurrección y de ahí la pregunta que le hacen. Jesús no responde a la pregunta sino a lo que debían haber preguntado.

La pregunta surge de una visión mítica. Pensar y hablar del más allá en nuestro lenguaje es imposible. Ni siquiera podemos imaginarlo. Puedo imaginar lo que es una montaña de oro, aunque no exista en la realidad, pero tengo que haber percibido por los sentidos lo que es el oro y lo que es una montaña. No tenemos datos objetivos para imaginar el más allá.

El instinto de todo ser vivo es la permanencia en el ser. Si el ser humano considera la permanencia en el ser como el valor absoluto, también considerará como absoluta su pérdida. Todos los intentos por encontrar una solución racional serán inútiles. La única solución posible será descubrir que ya poseo la verdadera y definitiva Vida aquí y ahora.

Pretendemos ser eternos en nuestro yo individual porque no hemos descubierto nuestro verdadero ser. Esa limitación radical no es un fallo, sino mi propia naturale­za; por lo tanto, no es nada que tengamos que lamentar ni de lo que Dios tiene que librarnos, ni ahora ni después. Mis posibilidades de ser solo las puedo desplegar aquí y ahora, a pesar de esa limitación. No creo coherente el postular para el más allá una permanencia de mi biología.

Nuestro ser, aunque lo creemos absoluto, hace siempre referencia a Otro que me tiene que fundamentar, y a los demás que me permiten realizarme. Yo no soy la causa de mí mismo. No tiene sentido que considere mi propia existencia como el valor supremo. Si mi existir se debe al Otro, Él será el valor supremo también para mi ser individual. Si lo que es eterno se relaciona conmigo, esa relación no puede terminar y mi relación con Él será eterna.

Puede parecernos ridículo el planteamiento de los saduceos, pero la inmensa mayoría de los cristianos hoy siguen pensado en un más allá con unos ojos que les permitirán ver a sus seres queridos, con unos brazos que les permitirán abrazarlos y con una lengua que les permitirá comunicarse con ellos. Esto es tan ridículo como la propuesta saducea.

¿Cómo permanecerá esa Vida que ya poseo aquí y ahora? Ni lo sé ni puedo saberlo. Lo que de veras me debe importar es el más acá, descubrir que Dios me salva aquí y ahora. Vivenciar que hoy es ya la eternidad para mí. Que la Vida definitiva la poseo ya en plenitud. En la experiencia pascual, los discípulos descubrieron que Jesús estaba vivo. No se trataba de la vida biológica sino la Vida que ya tenía antes de morir, a la que no afectó la muerte.

Los cristianos hemos tergiversado hasta el núcleo central del mensaje de Jesús. Él puso la plenitud del ser humano en el amor, en la entrega total y sin límites a los demás. Nosotros hemos hecho de esa misma entrega una programación. Soy capaz de darme, con tal que me garanticen que esa entrega terminará por redundar en beneficio de mi ego.

«…porque para Él, todos están vivos». ¿No podría ser esa la verdadera plenitud humana? ¿No podríamos encontrar ahí el auténtico futuro del ser humano? ¿Por qué tenemos que empeñarnos en que nos garanticen una permanencia en el ser individual para toda la eternidad? ¿No sería muchísimo más sublime permanecer vivos solo para Él?

Fray Marcos

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