La feminización de la pobreza: un recordatorio

LUISA POSADA KUBISSA. Filósofa, escritora y teórica feminista española

PÚBLICO

«De los 1.300 millones de pobreza absoluta en el mundo, el 70% son mujeres. De los 1.000 millones de analfabetos adultos, las dos terceras partes son mujeres. De los 125 millones de niños no escolarizados el 70% son niñas. Las mujeres realizan el 67% de las horas trabajadas en el mundo, pero ganan sólo el 10% de los ingresos. Las mujeres sólo poseen el 1% de las propiedades.«

Hablar de feminización de la pobreza es hablar de un tema urgente. Un tema desplazado del foco feminista por el desembarque en su escenario de las actuales políticas del borrado de las mujeres y del activismo queer plasmado en leyes. Hoy los lobbies neoliberales y sus grandes intereses económicos, quieren que nos olvidemos de la pobreza y, mucho más, de la feminización de la pobreza. Y, si puede ser, también del mismo feminismo.

En 1978 Diana Pearce habló por primera vez de La feminización  de la pobreza (concretamente en su trabajo The feminization of poverty: Women, work, and welfare). Y esta expresión adquirió el rango de conceptualización feminista en los 90, principalmente con su impacto en la IV Conferencia Internacional de las Mujeres de Pekin en 1995. Cuando hablamos de feminización de la pobreza no estamos hablando solo de que haya más mujeres pobres que hombres pobres en el planeta, aunque esta es una realidad constatada. Así, por ejemplo, en 2017 un informe de Cáritas revelaba datos contundentes al respecto: «De los 1.300 millones de pobreza absoluta en el mundo, el 70% son mujeres. De los 1.000 millones de analfabetos adultos, las dos terceras partes son mujeres. De los 125 millones de niños no escolarizados el 70% son niñas. Las mujeres realizan el 67% de las horas trabajadas en el mundo, pero ganan sólo el 10% de los ingresos. Las mujeres sólo poseen el 1% de las propiedades. En las mismas condiciones de trabajo, el salario de la mujer es del 30 al 40% menor que en el hombre, e incluso en países como Japón y Corea, llega en casos a ser un 50% más bajo. La atención sanitaria recibida por las mujeres es deficitaria, especialmente la relacionada con la salud sexual y reproductiva. Al año mueren 600.000 mujeres en el mundo por causas relacionadas con el embarazo y el parto. Cada día se practican 50.000 abortos en condiciones peligrosas para la mujer».

Con ser estas cifras apabullantes, lo cierto es que al hablar de feminización de la pobreza no hablamos solo de un fenómeno cuantitativo. También la calidad de la propia vida o, mejor dicho, la falta de esta es un indicador de la pobreza femenina. Así, si tal como lo ha estudiado el economista Amartya Sen, la pobreza se relaciona también con la falta de recursos para poder desarrollar las capacidades, parece obvio señalar que en la mayor parte de los casos son las mujeres quienes cumplirían con este criterio de lo que es pobreza.  Porque su situación de desigualdad estructural las sitúa en posición de inferioridad a la hora de poder hacerse con esos recursos que les permitieran justamente desarrollar las capacidades. En ese sentido, la pobreza femenina se vincula con la desigualdad y el propio Amartya Sen ilustra esta situación con el caso del África subsahariana donde, si bien no cabe decir que las niñas sufran una mayor desnutrición o mayor índice de mortalidad, sí cabe decir que «existen a menudo grandes diferencias entre sexos en muchas otras capacidades, tales como saber leer y escribir, evitar mutilaciones, poder elegir libremente la propia carrera u ocupar posiciones de liderazgo» (Sen).

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