¿Qué es eso de la espiritualidad?

Foto:  Free-Photos / Pixabay 

Lala Franco. Alandar.org

Es una palabra que se ha puesto de moda a pesar del decaimiento de la práctica religiosa. Espiritualidad alude al ser profundo de la persona y a lo que experimenta en esa hondura. Se refiere a lo inefable, a lo que nos toca en «el hondón del alma» pero no puede ser reducido a palabras sin deformarlo.

Búsqueda y sentido

«Hay un vacío y una necesidad de encontrar un techo sólido y un suelo firme», dice la filósofa María Toscano, que añade que «la espiritualidad no es algo añadido al hombre sino algo del hombre». Como su maestro, Raimon Pannikar, cree que la espiritualidad es un componente básico de todo ser humano, de modo que, con independencia de su raza, cultura o religión, todo ser humano tiene esa capacidad de vivir una experiencia espiritual. Una vivencia que se caracteriza por la apertura y la confianza.

Las religiones, que proporcionan un horizonte de sentido a la vida humana, han sido fecundas en este terreno. Pero, estando en el origen de la experiencia espiritual, a veces se han vuelto tan rígidas y dogmáticas que han dejado de propiciar un camino personal de búsqueda.

Mónica Cavallé cree, como los filósofos griegos, que lo que nos hace humanos «es paradójicamente algo que trasciende nuestra mera humanidad. En el reconocimiento de esa naturaleza profunda es donde se puede establecer la conciencia de la unidad con todo porque esa naturaleza profunda nos unifica con nuestra propia fuente y con todas las demás formas de vida. De modo que espiritualidad es el reconocimiento de nuestra naturaleza original y el restablecimiento y la experiencia de la unidad en el nivel esencial».

En una reciente reflexión del Grupo Erasmo titulada Invitar a la espiritualidad, invitar a la fe, invitar a la Iglesia, se recuerda la necesidad de cuidar la vida interior como requisito de la experiencia espiritual.

«Tener una vida interior, ¿qué quiere decir? Saber mirarnos, y descubrir que tenemos un fondo, una densidad, una profundidad grande y que el gozo básico de la existencia precisa que dediquemos tiempo y atención a lo que somos. A lo que somos en esa profundidad, más allá o más acá de lo que hacemos y pensamos (…) Hablar de espiritualidad es apuntar a la necesidad de cuidar ese recorrido propio que comienza en la conciencia de ser y nos abre a la trascendencia. Es decir, nos abre a todo lo que nos trasciende, a todo lo que va más allá de nosotros: la naturaleza, los otros; y para muchos, el radicalmente Otro, Dios.

De modo que invitar a un camino espiritual es, ante todo, invitar a vivir en profundidad, lo que implica aceptar que tenemos esa profundidad. Invitar a vivir en plenitud, lo que implica que confiamos en ir completándonos en nuestro vivir de cada día. Invitar a vivir abiertos a la trascendencia, lo que implica aceptar que vivir encerrados en nuestra propia limitación nos deja sin horizonte.

La gota de vida que somos es una gota de vida con sentido. Es una gota de vida para la que hay un proyecto, una oferta; siempre misteriosa, no totalmente desvelada; vamos corriendo el velo del misterio de nuestra propia existencia según vivimos y ahondamos en la conciencia de lo que somos. Los cristianos decimos que vamos descubriendo el proyecto que Dios tiene para nosotros».

Cuidar nuestro centro: Orar, meditar, compartir

La espiritualidad, todos coinciden, no es ante todo una teoría o una idea. Es una experiencia: «la de que somos amor, energía, inteligencia, presencia de ser… Se trata de que el amor que estamos buscando ya lo somos en lo profundo, que la valía que buscamos fuera ya la poseemos por el mero hecho de ser… Espiritualidad es movilizar en nuestra vida nuestra capacidad de comprender, de crear, de amar», concluye Cavallé.

En términos religiosos, es hacer la experiencia de Dios: descubrirlo en nosotros y en el mundo. Y eso exige prestar atención, educar nuestra atención. El silencio y el aquietamiento son requisitos para esa educación de nuestra percepción, para que nuestra mente y nuestro corazón reposen en lo esencial, dejen de estar atrapados por la hiperactividad y se abran a esa Presencia. Y eso es la oración, sobre todo ese modo de orar sin palabras que se conoce como contemplación. Y eso es también la meditación, ahora tan recuperada.

Espiritualidad es la experiencia de que somos amor, energía, inteligencia, presencia de ser.

Foto: Thomas Mühl / Pixabay 

La mayoría de escuelas de meditación tienen en origen un vínculo religioso, pero se puede meditar sin fe religiosa. Como recuerda Pablo D’Ors, «Meditatio, en latín, significa estar en el centro, de modo que meditar es un peregrinaje al propio centro… Para los creyentes, nuestro centro es un templo, lo que quiere decir que es un lugar sagrado donde habita el Espíritu, Dios, el «huésped del alma», por decirlo en clave poética. Los no creyentes, por su parte, dirán que ahí habita el misterio del ser». Porque la meditación es también un camino de autoconocimiento.

Pero esa movilización de energía espiritual puede quedarse en un regodeo interior, en el narcisismo tan propio de nuestra época, si no se proyecta, si no es el motor de una vida repartida y compartida. Ser conscientes de nuestro origen en el Amor significa vivir amorosamente activos y comprometidos hacia todos y hacia todo. En términos cristianos, descubrir la presencia de Dios en nosotros y en el mundo, nos lleva a construir el reino de Dios.

Condiciones y frutos de la vida espiritual

Recapitulando, podemos decir que la experiencia espiritual requiere y, a la vez, propicia:

  • Una búsqueda personal en la que el buscador se transformará en profundidad.
  • Conciencia de la unidad con el mundo. Y conciencia de trascendencia.
  • Trascendencia que es para los creyentes apertura a Dios, y confianza en que la experiencia de encuentro con Él es posible y una invitación permanente para todos.
  • El silencio y la calma son requisitos de la vida espiritual: cuidarla, entrenarla con tiempos diarios de oración/meditación.
  •  Aceptación de nuestras sombras, de nuestra debilidad. El autoconocimiento implica sabernos fuertes en nuestra debilidad. (2 Cor, 12).
  • Apertura a la realidad y aceptación: deponer nuestra actitud permanente de jueces del mundo y de los demás para «pasar de juzgar a bendecir y venerar, porque cada vez que juzgamos reducimos a los demás a nuestra medida» (Melloni).
  • El camino espiritual debe de llevar al otro, al compromiso, a vivir desde la compasión  y no desde el egoísmo, lo que produce una gran fecundidad social porque pasamos «del rechazo al abrazo, de la indiferencia a la solidaridad, del individualismo a la compasión» (Melloni).
  • Integrar la experiencia del sufrimiento es, sin duda, una de las aportaciones de cualquier espiritualidad. Es también lo más original, tal vez, del cristianismo: la aceptación de la cruz en el horizonte de la resurrección.
  • Crecer en libertad interior.
  • Vivir sin aferrarnos a nuestros roles o nuestras cosas, confiando en que en cada momento vendrá lo que tenga que venir y sabremos reconocerlo.
  • Aceptación de la verdad de los otros:  pasar de «competir entre pretensiones de totalidad a compartir plenitudes» (Melloni).

El camino espiritual debe de llevar al otro, al compromiso, a vivir desde la compasión  y no desde el egoísmo.

Se trata, en definitiva, de alimentar una sabiduría que no es acumular conocimientos sino «la capacidad de saborear, de poder encontrarse con el Espíritu vivo de Dios en las cosas, en los demás, en sí mismo» (Toscano). 

Lala Franco Alandar me permite hacer una de las cosas que mas me gustan como periodista: entrevistar a esas personas que son la sal de la tierra porque van cambiando el mundo con su trabajo, su reflexión y su denuncia.  Además, es un espacio para la libertad y la creatividad dentro de la Iglesia, muy necesitada de ambas. Y me da pistas para vivir de un modo más solidario y menos consumista y para seguir alimentando el núcleo espiritual que nos vincula, desde lo profundo, con el mundo, con los otros y con Dios. 

Por lo demás, ahora soy una periodista jubilada de TVE que se mete en muchos líos. En la Revuelta de mujeres en la Iglesia, por ejemplo. Y que está agradecida a dos espacios eclesiales: la JEC (Juventud Estudiante Católica, que me albergó de joven, y Profesionales Cristianos (PX), mi actual comunidad de referencia.

Soy murciana y, además de mi tierra de origen, amo Madrid, donde vivo;  pero también la Montaña Oriental Leonesa y Asturias, donde paso buena parte de mi tiempo. La vida, pues, no cesa de abrirme a  paisajes y horizontes nuevos, en todos los sentidos. Y yo trato dejarme sorprender por la riqueza y la novedad que nos rodea y los mensajes de cambio que sugiere. 

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