La fe ciega no ve con claridad

Maria Mercader Garcia. cristianismeijusticia.net

El otro día se inició el curso del grupo de lectura de Cristianisme i Justícia con la lectura Escritos sobre la guerra de Simone Weil. Al terminar, algunos de los que habíamos participado estuvimos charlando un rato. Entre otros temas, algunas personas expresaron su sorpresa ante el hecho de que haya tanta gente joven en aquellos sectores más “clásicos” de la Iglesia. Entendiendo por “clásicos”, no los que van a la raíz de cristianismo, sino, todo lo contrario, aquellos que han tenido la tendencia a absolutizarse y creerse en posesión única de la verdad.

La tendencia hacia el dogma y la rigidez moral no es nueva. Incluso podemos decir que genera cierto aliciente de seguridad y de orientación que no deja de ser un falso guía que lleva hacia la anulación del pensamiento crítico. Pero este hecho no se da solo en la dimensión religiosa. Por desgracia podemos encontrar muchos ejemplos dentro de la sociedad que certifican la adicción hacia pensamientos de carácter autoritario que proponen la solución a todos los problemas (generalmente enfocada hacia un enemigo común y externo). Tener claro quién son los buenos y los malos ha funcionado muy bien a lo largo de la historia de la humanidad sobre todo para hacer estallar guerras de todo tipo. En este punto de binarismo extremo es bueno siempre dar un paso hacia atrás y comprobar que el lema “conmigo o contra mí” no funciona cuando se piensa de forma holística. Sobre este tema es la misma Simone Weil quien nos da un buen ejemplo en el libro citado anteriormente.

Desde el punto de vista cristiano, continúa sorprendiendo que los discursos supremacistas generen tanta devoción dentro de la Iglesia. No querría generalizar en este tipo de afirmaciones y soy consciente que el concepto “Iglesia” abraza un montón de sensibilidades diferentes. Pero la crítica aquí se focaliza en que la religión se olvida de su esencia si no va encaminada hacia el servicio, no hacia ella misma ni hacia ninguna institución ni creencia, sino hacia las personas y la espiritualidad. Esto que a priori parece tan evidente cuenta con un montón de ejemplos que nos dicen lo contrario. Aun así, creo que donde tenemos que poner la atención es justamente en todas aquellas personas (y no son pocas) que viven desde la profundidad y crean espacios generadores de escucha y gratitud.

De los místicos de todos los tiempos y de todas las religiones, se desprende una actitud abierta, confiada y libre que ilumina. Al contrario de una “fe ciega” de la que tanto se ha hablado, aquellos que transmiten buenas noticias están atravesados por una nueva visión de la realidad que los hace capaces de acoger la totalidad sin discriminaciones ni superioridades. Personalmente, entiendo la fe como dinamismo, apertura hacia aquello que por suerte no controlamos, no poseemos y no podemos ni siquiera pensar ni imaginar. Por eso mismo, la fe no puede ser nunca ciega. Hace falta hacer caer el velo que obstaculiza la visión. Una visión dirigida hacia el otro, para poder entenderlo plenamente y acogerlo sin prejuicios y una visión hacia el interior que nos descentre de nuestro “yo” y sea condición de posibilidad para transcenderlo. Por eso, todas aquellas ideas que van dirigidas a absolutizar conceptos o a marcar los límites de una realidad (que es por naturaleza infinita) acostumbran a no estar en diálogo con la sociedad e imponen un único modelo compacto y sin rendijas de entender la espiritualidad.

Por suerte, como decía Rilke “a pesar nuestro, Dios madura”. Y madurar tiene una parte muy significativa de soltar, de desatarse. Esta liberación no es sencilla y a menudo va acompañada de un proceso poco agradable. Seguir por los caminos que han sido culturalmente trazados e instalados por defecto dentro de nuestro software mental es la opción más cómoda. Replantear el porqué de nuestros pensamientos y ser conscientes de su correcta o incorrecta utilidad es vital para la salud mental de todo el mundo. Ahora bien, esto significa entrar en un espacio “de ignorancia consciente” que provoca cierto grado de inestabilidad. La sensación de pérdida y desorientación nos lleva a pensar: ¿qué criterio tengo que seguir? ¿Qué pistas me ayudan para hacer un discernimiento profundo? ¿Una de las respuestas que más me gusta a estas preguntas es la que dio el jesuita Xavier Melloni cuando le preguntaron en una entrevista sobre «cómo podemos saber si realmente avanzamos hacia el centro y no hacia el propio ombligo» y respondió:

“Para saber si el camino que recorres te descentra tienes que lograr los tres vértices: el místico, el ético y el ecológico. Tienes que ver si te hace cada vez más capaz de entregarte al misterio, de abrazar la alteridad y, también, si eres cada vez más capaz de entregarte a la reverencia y tener cuidado de la tierra. Con los años voy viendo que las cosas se van haciendo cada vez más simples: tenemos el corazón abierto o lo tenemos cerrado. Y en esto no se puede disimular. Notas si la persona se va abriendo o se va cerrando, sea lo que sea que invoque, practique o diga”.

Así pues, deseo que seamos capaces de irnos abriendo, como el fruto que madura y pierde la rigidez del verdor. Que vayamos madurando en la fe para dejar caer los prejuicios y las creencias que tenemos sobre nosotros mismos y sobre la realidad que nos rodea. Liberarnos de las falsas identidades: de aquello que creo que necesito, que deseo, que quiero, que me hará feliz…, en definitiva, liberarnos de la ceguera que no deja entrar la luz ni ser iluminadores para los demás. Una ceguera provocada por una religión que impone, una creencia que esclaviza, una ideología que segrega o una sociedad que no es capaz de acoger al otro. No deseo una fe ciega en nada ni en nadie.

[Imagen de Stefano Ferrario en Pixabay]

Maria Mercader Garcia

Licenciada en Filosofía (UB) y Graduada en Ciencias de la Religión (ISCREB). Profesora de instituto en los últimos años y actualmente trabajando como técnica de pastoral de la Fundació Pere Tarrés. Participa en el grupo de lectura de Cristianisme i Justícia entre otras actividades y formaciones del centro. Formó parte del grupo de preparación del Encuentro Europeo de Taizé en Madrid y vivió durante un año como voluntaria en esta comunidad ecuménica en Francia. Hoy en día, colabora como voluntaria en la Fundació Arrels y acompaña como consiliaria a los «esplais» de la zona 3 de Barcelona.

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