SALVACIÓN EN TÉRMINOS PSICOLÓGICOS. Patricia Franco Andia

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Imagen de analogicus extraída de Pixabay

Patricia Franco Andía. cristianismeijusticia

La vida espiritual no es una esfera de la vida separada del resto, no consiste en dedicar un rato a la meditación o a la solidaridad, en estudiar tratados teológicos o ensayos sobre la naturaleza de la divinidad, ni en practicar rituales, cultos o religión alguna. Todo lo anterior y muchos otros mecanismos, pueden constituirse como medios para cultivar la espiritualidad y su fin último que es vivir plenamente.

Cuando pensamos, sentimos, decidimos, hablamos y actuamos animados por el Espíritu nuestra vida se ensancha, se hace más humana y trasciende lo humano. Experimentamos un tipo de libertad que traspasa cualquier situación incluso las que nos resultan opresivas. En definitiva, nuestro miedo a ser lo que somos se desvanece cuando vivimos en consciencia, en unidad, desde la esencia que todos compartimos.

En esto consiste la “salvación”, en vivir instalados en la promesa de que hay vida capaz de satisfacción y plenificación humana y que esa vida es la Vida, la que todos compartimos. Consiste en mantener abierta la vía de la confianza, para nosotros mismos y para el mundo con todas las transformaciones que hayan de realizarse. Es exponerse sin custodia al poder del deseo del Otro, al poder de la Consciencia, del Misterio del Amor o de Dios.

Cuando hablamos de salvación en términos psicológicos nos estamos refiriendo a:

Liberarnos de idealizaciones:

Dirá Enrique Martínez Lozano que para nosotros es más cómoda la religión que el evangelio porque necesitamos creencias, ideas de Dios, utilizar la mente. Pero a Dios no se le encuentra en la lejanía del cielo como promueven las religiones que se ofrecen como vía de liberación de la angustia.

Para Jesús, su experiencia como hombre judío fue, sin lugar a dudas, una experiencia liberadora y unificadora. Una experiencia de fe que no se quedó en un mero método de manejo de la vida, sino que abrió un dinamismo inacabable de identificación con Dios que le condujo al desalojo del yoísmo y de lo suyo. Él encontró en la fe en el Dios de Israel el medio para transmitir su mensaje liberador. Porque esa fe afirma con fuerza que el Dios que se esconde es siempre el Dios salvador, reconociendo en un mismo movimiento la presencia y la ausencia de Dios. Esto conecta a nivel psíquico con la percepción que tiene el lactante que reconoce alternativamente la presencia colmadora del seno materno y su ausencia, generando el establecimiento de la carencia y, su contrapunto, el desear.

Carlos Dominguez Morano nos dirá que, si bien Freud encontró que la idea de Dios se corresponde de forma casi perfecta a los deseos omnipotentes infantiles, cuando Dios aparece en la historia humana reflejado en la vida de Jesús, cuestiona el deseo y, específicamente, nos salva de nuestros deseos infantiles de omnipotencia que son precisamente los que nos llevan a caer en los sectarismos, iluminismos y luchas de poder fanáticas.

En la medida que la fe es acorde al Principio de Realidad o a la Palabra Paterna lacaniana, nos ayuda a situarnos en la realidad histórica en la que hay que madurar y crecer. Una fe madura, hecha de ausencia y presencia, de oscuridad y de luz, de desierto y de Tierra Prometida irá reflejando el rostro de un Dios que es padre y madre amorosa, Ser Deseante que nos llama a la construcción de su reino en este mundo. Un Dios que nos amó primero, que nos cuida, que cuenta con nosotros para que le ayudemos a lograr el proyecto de vida y familia que soñó, que nos invita a su casa y a su mesa, donde siempre hay acogida alegre, cariño, descanso y un plato caliente. Un Dios padre, madre y amigo. El Dios con el que intimó Jesús.

La mejor forma de encontrar a Dios es dentro de los límites de la existencia humana y en concreto asumiendo la praxis liberadora del amor, tal como hizo Jesús. De este modo advirtió a los religiosos de su época del engaño que supone creer amar a Dios cuando no se ama a las personas. “Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede decir que ama a Dios a quien no ve” (Juan 4; 20)

La escritora y teóloga Dolores Aleixandre en su libro “La hendidura en la roca” nos plantea que “No hay búsqueda ni acceso posible a Dios fuera de la búsqueda efectiva de aproximación a aquellos hacia quienes él inclina su corazón. Toda búsqueda de Dios al margen de este principio fundamental del reino acaba en un Dios falso. Jesús representa a este Dios Amor que ama y se entrega hasta el fin. Este no es precisamente el Dios que desearía nuestra omnipotencia infantil.

La negación del yo y la lógica del amor:

En la misma línea que veníamos hablando, nuestra verdadera identidad -que es la misma de Jesús -como nos dirá Enrique Martinez Lozano- no está separada de la divinidad y “el reino” es el culminar de nuestro desear y no una forma de organización social ni un código ético o de moralidad.

Expresiones como “negarse a uno mismo”, “obedecer la voluntad de Dios”, “vivir según los deseos de Dios” se han interpretado como mortificarse y sacrificarse ascéticamente. Sin embargo, desde la sabiduría de Jesús podemos entender que no se trata de eso sino de buscar un “nuevo nacimiento”, una “nueva vida en Dios” que consiste en trascender el yo, posicionarse en el “Yo estoy bien, tú estás bien”, reconociendo la unidad de todo lo Real. El mismo autor que acabamos de mencionar dirá que “la salvación no consiste en librar al yo, sino en liberarnos del yo”.

La “vida nueva” o el “nacer de nuevo” del que habla Jesús es una transformación -metanoia en hebreo, que significa “mirar más allá de la mente”- que nos libera del pasado personal, que lo integra del mismo modo que la fe en Jesús nos libera de lo arcaico y de lo superficial de la ley antigua pero integra toda la fe de Israel. En efecto, la confianza en que Jesús transparenta el Misterio protege al Ser Humano de las perversiones y elementos mortificantes y regresivos que se pueden encontrar en la experiencia religiosa.

Este camino de “conversión” o de transformación profunda no puede llevarse a cabo al margen de nuestros deseos profundos que son aquellos que contribuyen a dar sentido y dignidad a la vida humana. Esos deseos, en la medida que sean interpelados y reorganizados por la “Palabra Paterna”, son el modo como Dios hace realidad sus intenciones amorosas respecto al mundo. El deseo y la pasión de Jesús coinciden plenamente con el deseo de Dios y solo de este modo puede entenderse que fuera un hombre “manso” y “obediente”. Fue su humildad y su autonegación -negación del ego que consiste en no identificarse con él sino admitir que somos mucho más de lo constatable y aparente- las que le permitieron un encuentro con Dios y una experiencia incomparable a la de cualquier otro Ser Humano. Jesús experimentó una confianza ilimitada y un sentimiento inquebrantable de Unidad, que le hizo vivir en identificación con todos y con el Misterio de lo Real (Dios), hasta poder identificarse y presentarse como “Yo soy”.

Enrique Martinez Lozano apunta que con su vida, Jesús vivió –realizó- a Dios, en forma de sabiduría y de compasión. Y que todo su comportamiento tuvo como eje el amor a los otros, expresado como bondad, compasión y servicio incondicional. Ese comportamiento no proviene de un empeño ético, esforzado o voluntarista, sino de su propia comprensión de la realidad. Jesús comprendió que sólo la confianza en Dios nos libra de nuestro narcisismo. El “yo” no es la realidad definitiva y por eso enseñaba que vivir para el yo equivale a perder la vida e invitaba al amor y la entrega radical a la voluntad de Dios y a amar de forma concreta y eficaz al prójimo.

Vivir desde Dios y para Dios no es algo deshumanizador o alienante. La vida de Jesús es verdaderamente humana no a pesar de, sino precisamente porque se identifica y transparenta a Dios. Todos somos humanos en la medida en que el amor, la verdad, la justicia, la libertad y el perdón se van manifestando en nosotros. Por contra, nos “deshumanizamos” cuando es la realidad opuesta la que vivimos (ejerciéndola o sufriéndola, no importa), esa que no se corresponde con nuestra verdadera identidad.

La confianza en este Dios-Amor que sostuvo a Jesús en los momentos difíciles es la misma que nos puede sostener a nosotros y proyectarnos a vivir de manera plena y en total libertad. Pero, curiosamente, esa confianza también puede darse viviendo como si Dios no existiera, en sentido de ligereza y no opresión. Porque estamos a salvo cuando experimentamos -no cuando pensamos, creemos- que somos amados a pesar de nosotros mismos y nuestra imperfección; que somos aceptados plenamente por ser lo que somos y como somos. Salvados cuando descubrimos, como la mayor de las certezas, que nada de lo que somos, nada de nuestra esencia, nos puede ser arrebatado ni siquiera con la muerte.

En este párrafo Tillich expresa la experiencia de quien se siente plenamente aceptado como fruto de la fe o la Gracia:

“La Gracia, recae sobre nosotros cuando estamos sufriendo mucho y estamos inquietos. (…) a veces, en ese momento, una oleada de luz irrumpe en nuestras tinieblas y es como si una voz estuviera diciendo: “eres aceptado, aceptado por aquello que es más grande que tu y cuyo nombre no conoces (…) NO busques nada; no realices nada; no te propongas nada. ¡Simplemente acepta el hecho de que eres aceptado!” Si eso nos ocurre experimentamos la Gracia. Después de una experiencia como esa podemos no ser mejores que antes, podemos no tener más fe que antes, pero todo está transformado. En ese momento, la gracia vence al pecado, y la reconciliación establece un puente que salva el aislamiento. Y nada se exige de esa experiencia, ningún presupuesto religioso o moral o intelectual, nada salvo la aceptación”.

Jesús sabía y transmitía que además de confiar plenamente en Dios, para trascender, para hacernos plenamente humanos y para curar nuestras heridas, necesitamos a los demás. Buscar en uno mismo la fuente de todo sentido no funciona porque crea en nosotros la ficción de la separación, reforzando las pretensiones de nuestro ego. Jesús mostró que lo que nos salva y diviniza es la capacidad de abrirnos al Otro (Dios) y al prójimo, que incluye también al “enemigo”. De este modo, reveló que el modo de ser de Dios y el modo de ser más humano se basa en un doble movimiento de acogida incondicional y de entrega a los demás. Salvarse es entrar en la lógica del amor que consiste en descentrarse de sí mismo y abrirse al encuentro.

Conforme nos vamos despojando de nuestro egocentrismo, la “lógica del amor” se presenta como la ley que rige toda realidad. Esta lógica es contraria a las aspiraciones de nuestro ego siempre insatisfecho y afanoso por alcanzar el éxito y la gloria. El ego reside en nuestra mente, no es más que algo construido, pensado por ella, así que será por la vía del pensamiento donde surgirán todas las resistencias a introducirnos en la lógica de amor. De ahí que sea necesario para la profundización, crecimiento y maduración espiritual acallar la mente, limitarla, no darle el dominio sobre nosotros; condición ésta que todas las tradiciones de sabiduría han señalado.

Entrar en la lógica del amor es empezar a vivir la propia vida como despliegue del amor en nosotros. Entender que todo lo que somos y tenemos nos ha sido dado gratuitamente y por ello, podemos dar y darnos también con total gratuidad para convertirnos en ese cauce por el que el Misterio de la Vida y el Amor, simplemente, fluye. Aquí y ahora.

Salvación
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