Una mirada feminista del viaje de Egeria

Portada del libro de Mª Luisa Vidal, Yo soy Egeria.

Pepa Moleón. alandar.org

YO SOY EGERIA
Lectura feminista de un viaje en el siglo IV

Marisa Vidal Collazo, Editorial Verbo Divino, 2022

Yo soy Egeria es el relato de tres encuentros: entre la protagonista y la autora, entre los tiempos históricos respectivos y entre la iglesia de entonces y la de ahora…

En diciembre de 2020, el colectivo Mulleres Cristiás Galegas solicitaron al Ayuntamiento de Santiago de Compostela, apoyadas con las firmas de muchas personas, que se nombrara como Plaza Exeria el nuevo espacio urbano abierto en el casco histórico compostelano, en la entrada del camino francés. Esta plaza, ya inaugurada, acoge una escultura de bronce, diseñada por Sole Pite Sanjurjo, (ilustradora del libro Yo soy Egeria).

En el marco de la simbiosis entre urbanismo, arte e historia nace el libro de Marisa Vidal Collazo que se edita en 2022 en gallego (Editorial Galaxia) y ahora llega en castellano editado por la Editorial Verbo Divino. Sole Pite acompaña con sus bellas ilustraciones el texto; siendo ambas, autora e ilustradora, compañeras y colaboradoras, desde hace más de 20 años, en la revista Encrucillada.

Para Marisa Vidal Collazo el encuentro con Egeria viene de lejos, cuando se incorpora en 1999 a la Asociación Mulleres Cristiás Galegas Exeria y, por primera vez, oye hablar de ella. Egeria provoca en Marisa un interés creciente, incorporando su figura en diferentes cursos (uno en 2011 sobre brechas en el patriarcado, en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona) y dedicándole, posteriormente, diversos artículos en revistas gallegas de pensamiento cristiano como Encrucillada e Irimia. Más tarde, animada por sus compañeras de Mulleres Cristiás Galegas, decide escribir Yo soy Egeria.

Desde el comienzo de su lectura nos damos cuenta de encuentro entre dos mujeres que traspasa espacio y tiempo, invitándonos a hacer un ligero ejercicio de atención para saber cuándo habla Egeria y cuándo la autora. Creo que Marisa no pretende desconcertar (y menos engañar) a los lectores, sino articular un encuentro que se produce no solo entre la protagonista y la autora sino también entre los tiempos históricos respectivos, la Iglesia de entonces y la de ahora… con todas las salvedades, evidentes también.

¿Quién es Egeria que tanta curiosidad concita en Marisa Vidal?
Tenemos pocos datos pero la autora misma, cuando es interpelada, pone de manifiesto “…Egeria es una mujer nacida en la Gallaecia, confín del Imperio romano, que en el S. IV viajó con curiosidad e interés irrefrenables hasta Tierra Santa, que con su viaje salta por encima de las recomendaciones y prohibiciones de su tiempo, una mujer que escribe en su “Itinerario” todo lo que ve mientras viaja; una mujer con elevado nivel cultural que se desenvuelve en latín y en griego e, incluso, parece saber algo de siríaco; una mujer que se alegra profundamente cuando le regalan libros, pensando en compartirlos con sus hermanas y amigas…”

Marisa Vidal explica cómo el Itinerario de Egeria cuenta con las dificultades propias de los textos históricos incompletos, mutilados por el paso y el trato del tiempo, pero permite encontrarnos con dos partes nucleares que lo configuran.

La primera parte describe el viaje que Egeria realiza entre los años 381 al 384 desde una punta del Imperio romano (Galicia/Gallaecia) a otra (Constantinopla). En la segunda parte de su Itinerario, Egeria recoge con una exquisita sencillez y capacidad de observación las liturgias que, a lo largo de un año y atendiendo a los tiempos litúrgicos, se celebran en Jerusalén.

Esta podría ser la síntesis del contenido de Yo soy Egeria.

Sin embargo, junto al contenido del texto mutilado que nos ha llegado, es muy sugerente el contexto histórico (social, político, eclesial…) que acompaña este Itinerario realizado por una mujer sola, en una Europa polarizada en un Oriente emergente y un Occidente en decadencia, con una Iglesia que acaba de pasar de perseguida a ser autorizada (en el 303 se había producido la terrible persecución de Diocleciano, en el 313 Constantino firma el Edicto de Milán y en el 380 el emperador Teodosio firma el Edicto de Tesalónica que convierte al cristianismo en la religión única y oficial del Imperio romano).

En mi opinión, es en este momento histórico tan apasionante y convulso en el que se fija la autora para, dejándose invitar por la teóloga Elisabeth Schüssler Fiorenza[1], a la realización de un ejercicio de hermenéutica de la sospecha, intenta explicar lo que Egeria calla (o lo que la parte del texto perdido no nos ha permitido conocer). Aquí la autora, recreando el estilo de la propia Egeria -sencillo y cercano- nos brinda reflexiones y paralelismos entre la Iglesia y la sociedad que ella encuentra en su camino y la Iglesia y la sociedad del siglo XXI. Es un ejercicio arriesgado del que, creo, la autora sale airosa y, de su mano, nos permite adentrarnos en otro tiempo y lugares que nos ayudan a mirar los nuestros.

Resulta muy interesante la aproximación a las diferencias entre las comunidades cristianas periféricas del Imperio y las más cercanas geográficamente a Roma, la evolución del papel de los obispos (seguramente en este momento surge la supremacía apostólica de la sede romana) y la constatación de un clericalismo que “crece y avanza hipotecando a las comunidades por unas estructuras de gobierno y una autoridad entendida, no como sabiduría y acompañamiento, sino como potestad y mando”.

Egeria, a lo largo de su viaje, va percibiendo el paso del ascetismo como experiencia de una espiritualidad individual al monacato como experiencia de espiritualidad comunitaria; descubre y describe con profundo interés las liturgias de la ciudad de Jerusalén, el centro eclesial del momento, visita lugares de culto, especialmente tumbas de santas y santos y las iglesias erigidas en su memoria y hace comentarios sobre todo lo que va encontrando.

En su escrito vemos cambios con luces y sombras en la evolución de la Iglesia en el siglo IV y ya se percibe cómo se relega a las mujeres y avanza el clericalismo y el patriarcado, algo que activa y enciende alarmas porque anticipan la Iglesia de hoy.

Quizás por eso, otro hilo importante del libro son las referencias, tejidas entre Egeria y Marisa, en relación a las genealogías de mujeres en la Iglesia.

Egeria viaja espiritualmente acompañada por las amigas y compañeras de su comunidad de origen (de las que poco sabemos) y, sin embargo, apenas hace referencia significativa de las mujeres cristianas que encuentra en su camino al final del siglo IV, tal es el caso de la diaconisa Marthana. Ya se había iniciado en la Iglesia la desaparición de las mujeres, María Magdalena a la cabeza, en los textos utilizados en las celebraciones, en la memoria colectiva y en su no presencia significativa en celebraciones y vida eclesial.

Quizás por ello, la autora nos dice en referencia a su libro:
“Hay ya algunos estudios publicados sobre Egeria que la intentan relacionar, de forma más o menos afortunada, con los hombres importantes de su tiempo: Teodosio, Casiano, Prisciliano… pero poco o nada he encontrado que relacione a Egeria con las mujeres ¿dónde estaban las mujeres en el siglo IV? ¿por qué en las investigaciones no se habla de ellas, habida cuenta que Egeria era una mujer y dedica su escrito a un grupo de hermanas y amigas?
Me interesé, pues, por ellas, las mujeres en la Iglesia del siglo IV…
Y las nombra.

Termino este acercamiento a Yo soy Egeria con el comienzo del prólogo que la teóloga Carme Soto Varela escribe: “Allá por el año 241, Orígenes de Alejandría, en una de sus homilías, invitaba a la comunidad cristiana de Cesarea Marítima a recordar el pasado, a escuchar el presente, a prestar atención a lo que va a suceder, porque de ese modo podrían encontrar la presencia de Dios habitando sus vidas (HomNum 25, 2.1).

En mi opinión, Marisa Vidal Collazo, en su libro, ha seguido con pasión y honestidad esta invitación.


[1] () Elisabeth Schüssler Fiorenza, En memoria de ella, Editorial Desclée De Brouwer S.A., 1989.

 Pepa Moleón

Soy pedagoga de formación y mi vida profesional la he desarrollado como funcionaria del Servicio Público de Empleo Estatal en ámbitos de Formación, Empleo y Cooperación.
Me reconozco mujer feminista y creyente; he crecido en colectivos como Somos Iglesia, Mujeres y Teología, Redes Cristianas y ahora, especialmente, en la Revuelta de Mujeres en la Iglesia. 
Vivo y comparto mi fe en una pequeña parroquia de Madrid.
Actualmente soy presidenta de la Fundación Luz Casanova.

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